Las últimas dos entradas del diario estaban
fechadas una en febrero y otra en septiembre del año de 1962. En ellas no había
nada que se refiera al mundo invisible. Eran simples entradas para comentar una
salida al campo y otra para hablar de las lluvias de septiembre. Néstor
sospechaba que podría haber otro diario, pero don Esteban había dicho que sólo
había logrado sacar aquellas cosas de la casa. Posiblemente, allá, en algún
lugar de un solitario dormitorio se encontraba el siguiente, o los siguientes
diarios. Sólo estaba aquella pintura pequeña del rostro de la mujer envejecida
como testimonio de los últimos momentos de su vida en este momento de la
tierra.
Tomó el cuadro y lo envolvió en uno de los trozos
de papel estraza. Don Esteban había dicho que su esposa solía ponerse nerviosa
cuando veía cosas de su cuñada, así que mejor no tentar a la suerte. Lo
llevaría a su habitación y allí, cuando tuviera las fotos de la mujer trataría
de ver en sus rasgos, los cambios sufridos durante aquellos años.
Antes de las doce del mediodía ya les había dado
una revisada a todos los libros que en algún momento pertenecieran a Azucena.
Casi todos tenían anotaciones en los márgenes, comentando algún pasaje en
particular. Pero ninguno le llamó la atención como los encontrados en el libro
sobre la wicca, aquel que tomara en primer lugar y que hablaba de rituales.
Así pues, se llevó a su habitación el cuadro el
libro.
Estuvo toda la tarde leyendo, tratando de encontrar
en esa lectura algunas pistas. Las preguntas que anidaban en la cabeza de
Néstor eran: ¿Cuáles eran las palabras para entrar y cerrar la puerta? En el
diario siempre decía: y pronuncié las
palabras. Pero nunca las mencionaba allí.
Extrajo, en su libreta de apuntes algunas ideas
tales como lo de las fases de la luna. Parecía ser que en la wicca estas eran
de suma importancia. Miró el calendario en la agenda. Estaba a dos de diciembre
de 1980. La luna estaba menguante y a un 30% visible.
Quizás en ese momento, esa misma luna estuviera
ejerciendo la debida influencia sobre todos los seres y cosas sobre la tierra.
Pero la luna más importante, para el antiguo arte
de las brujas, como decía el libro, era la luna nueva. En la luna nueva la
fuerza comienza a crecer y con ella todo el mundo mágico le brinda sus poderes
a quien sabe usarlos. Miró de nuevo la agenda con las fases de la luna.
Tendrían luna nueva el siete de diciembre. Dentro de cinco días. Anotó la fecha
en la agenda y siguió leyendo.
Cuando llegó la noche y con ella el regreso del
señor Esteban Landa, ya tenía una idea general de las creencias de aquellas
doctrinas.
En resumen, la wicca, basaba sus creencias en que
la naturaleza (los cuatro elementos, las estaciones del año, pero sobretodo la
influencia del sol y de la luna), era la generadora de la magia. Y que el mago,
o la maga, que sabía utilizarlas adecuadamente podían realizar cosas como los
antiguos las hacían. El dios astado, o venado, también era un símbolo muy
importante dentro de la magia wicca. La madre luna y el padre sol lo regían
todo. Hablaba del sexo, del uso del mismo para lograr prodigios, y rituales con
velas de colores.
Lo que más le interesó a Néstor, de todo aquello,
eran los conjuros. Había una gama de los mismos para invocar las fuerzas de la
naturaleza. Lo malo era que no identificaba cuál era el adecuado para abrir la
puerta. Quizás había más libros en el interior de aquella casa. De alguna
manera tenía que entrar sin ser detectado. Y como si un foco se hubiera
encendido en su cabeza dijo a la soledad de la habitación:
—Eso es. Tengo que entrar sin que me vean. Eso
quiere decir que lo tengo que hacer por la parte trasera de la casa…
Todo lo que sospechaba era que, si aquella era una
puerta a otro cuando de la tierra, sólo se podía ver hacia adelante por ella.
Quizás, como los seres humano actuales no podían respirar por mucho tiempo
aquel oxígeno, lo mismo sucedía con aquellos seres. Quizás, la puerta
permaneciera abierta y podían entrar, pero no podían alejarse mucho de la
misma. Quizás, por eso la influencia de aquellos seres no se había difundido
por toda la tierra en este cuando.
Si llegaba por la puerta trasera, quizás, no lo
verían y tendría tiempo para investigar en el interior de aquella habitación,
la que estaba justo detrás de la puerta. Según don Esteban ese era el lugar donde
Azucena guardaba todos sus objetos de trabajo. Todo lo que el hermano había
encontrado en su dormitorio lo había traído, pero no había tenido tiempo de
tomar lo que estaba en la bodega. Sí…
Por lo menos era una idea.
***
—Estos son los álbumes –le dijo don Esteban
entregándole dos enormes libros de hojas oscuras y muy gruesas.
Le había solicitado al hermano de Azucena algunas
fotografías para comprobar el cambio sufrido por ella desde la aparición de la
puerta. Y él le había proporcionada aquellos dos enormes álbumes.
—¿Cómo va con la investigación? –le había
preguntado don Esteban apenas llegar y saludarlo.
—Ya tengo una idea general de lo que está
ocurriendo allá. Ahora sólo necesito hacer un plan para entrar y encontrar
algunas cosas…
—¿Puede decirme de que se trata todo eso?
Néstor Vladimir consideró la pregunta, aunque ya la
había reflexionado. Tenía una respuesta y la dio:
—Magia, por supuesto. Su hermana, estaba
experimentando con fuerzas del más allá. De alguna manera abrió un portal hacia
otra dimensión y quedó abierto. Es por allí por donde se meten esas sombras, o
demonios…
Y como era de esperarse, don Esteban, que en
realidad esperaba esa respuesta se dejó caer sobre un sofá. Durante algunos
minutos no dijo nada y con la mirada extraviada en el techo de su vivienda
parecía estar pensando o tratando de organizar ideas.
—¿Y se puede cerrar? –preguntó al fin mirando con
tristeza a Néstor.
—Estoy pensando en una posibilidad. Déjeme pensar
un poco más y luego se la diré.
—Está bien –dijo en tono de derrota.
—Voy a revisar estas imágenes y mañana le daré una
respuesta más clara.
—Está bien.
Así pues, después de la cena, subió de nuevo a su
habitación y bajo la luz de la lámpara comenzó a mirar los álbumes.
Allí, se podía ver la evolución física de María
Azucena Landa. Había imágenes de los años treinta cuando era apenas una pequeña
bebé. Luego de adolescente y ya de toda una mujer. Había muchas de la
celebración de los quince años. Eran de ojos grises, y esto se podía ver en las
últimas fotografías del segundo álbum donde aparecían muchas a color.
Néstor, había colocado el autorretrato apoyado
contra la pared en la mesita de noche y él se había sentado en una silla
enfrente a él, mientras estudiaba las imágenes.
Comprobó que, a partir del aparecimiento de la
puerta, en efecto, el rostro de la mujer había comenzado a transformarse. Si se
hiciera un estudio minucioso de las facciones se encontrarían las diferencias
de inmediato. Pero el verdadero envejecimiento comenzaba en 1970. Era como si
aquel último año se hubiera convertido para ella en un completo sufrimiento.
Sólo había una imagen de esa época, y era la misma de la pintura. Posiblemente,
para poder pintarse, se había tomado aquella imagen. En el fondo de sus ojos
grises ya no parecía haber alegrías, ni esperanzas de nada. Así que el
verdadero desenlace había comenzado aquel año.
Pero ¿Qué había sucedido?
Cerró los álbumes –eran casi las diez de la noche—
y los colocó uno encima del otro sobre la mesita de noche desde donde el
autorretrato le lanzó una mirada de tristeza. Se quedó un buen rato tratando de
organizar las ideas. Porque ahora venía la otra cuestión: ¿Entrar o no entrar a
aquella casa? ¿Para qué? ¿Qué podría hacer él al respecto de esas cosas en el
interior?
A las diez y trece se levantó de la silla y salió
al balcón. Miró hacia los cerros y las luces que parecían luciérnagas de varios
colores. En algunas de aquellas viviendas ya habían comenzado a aparecer las
luces de navidad. La vida, para todos, parecía muy sencilla. Pero, para él ya
no lo era.
De un par de días para otro su mundo se había
transformado en algo totalmente distinto al de los últimos veinte años. Había
vivido su vida en una zona muy cómoda. Convencido, como la mayoría de los seres
humanos que se vivirá para siempre. Ahora tenía otras ideas al respecto.
Tenía que tomar una decisión acerca de lo que haría
a continuación y mientras se tomaba un baño con agua tibia, la tomó.
***
—Voy a entrar a la casa –le comunicó a don Esteban
después del desayuno y cuando su esposa ya no estaba presente.
Don Esteban lo miró con interés con esperanza y al
mismo tiempo con temor. Una mezcla bastante rara de sentimientos encontrados.
—Voy a necesitar un par de tanques oxígeno…
—¿Oxígeno…?
Pareció recordar algo.
—Hay cinco tanques de oxígeno en La Casona.
Recuerdo que mi hermana los usaba no sé para qué cosa… deben de estar en la
bodega.
—Con esos no podemos contar, además deben de estar
totalmente vacíos u obsoletos. Necesitaré uno, por lo menos. Con un traje de
buceo.
—Ok –dijo sin interrumpir más.
Después de todo quizás aquel investigador que tenía
enfrente sabía lo que se hacía y por cierto ¿Para qué utilizaba los tanques de
oxígeno su hermana? Rechazó el pensamiento a algo que ya había dado muchas
vueltas en su cabeza. Tomó un lápiz de su camisa y buscó un trozo de papel para
escribir la lista de cosas que el investigador iba a utilizar.
—Además del oxígeno voy a necesitar una linterna y
una cuerda…
Por la cabeza de Néstor pasaban muchas de las
imágenes sembradas allí por la lectura del diario. Azucena, de alguna forma,
había dejado una guía para quien quisiera aventurarse en Arum como le llamaba
ella.
—¿Cuántos tanques de oxígeno? –preguntó don Esteban
quizás recordando los que había utilizado su hermana con propósitos
desconocidos.
—Dos creo que serán suficientes. Llenos y con sus
mascarillas y escafandras.
—Muy bien.
La idea de Néstor había germinado durante la noche.
Él no era un hombre de acción, sino de ideas. Lo demostraban esa gran cantidad
de libros escritos durante más de veinte años. Pero, precisamente por eso,
porque tenía la capacidad de organizar ideas en su mente y de intuir lo que no
era tan evidente es porque había comprendido aquello de la puerta. Era probable
que aquellos seres vivieran muy poco en este lado del tiempo. Y que la puerta,
en definitiva, sólo mostrara aquella parte de la cocina como lo mencionara
Azucena en sus apuntes.
¿Qué haría él?
Llegaría por la parte de atrás de la casa. Ni
siquiera pasaría por el portón principal. Se introduciría, con su equipo de
trabajo, por el bosque de atrás. Avanzaría por entre los árboles y entraría por
la puerta de atrás. Luego, sin cruzar aquella línea que claramente era el lugar
donde estaba la puerta entrar a la bodega. Investigar entre todos aquellos
objetos guardados allí las palabras para cerrar la puerta.
Ese era el punto esencial: cerrar la puerta. El
cómo era la misión más importante. Sabía que había palabras adecuadas. Esas
palabras adecuadas eran las que tenía que buscar en aquel lugar.
—¿Cuándo quiere que lo lleve allá?
—El siete de diciembre, en cuatro días.
—¿Hay algo especial en esa fecha?
—Es luna nueva y la magia que Azucena realizaba era
del tipo lunar. Tienen que estar todos los ingredientes a punto. Además, don
Esteban, necesito que me indique el mejor camino para llegar a esa casa por la
parte trasera. Y también necesitaré su ayuda.
Pareció algo asustado por la petición.
—No se preocupe. No tendrá que entrar en la casa,
pero necesitará, por lo menos ubicarse en el portón de entrada. Según he visto
en algunas fotografías, la casa queda a unos cuantos metros de éste.
—Así es.
—Necesito que mientras yo entro por la puerta
trasera usted sirva de distracción. Que abra el portón y esté allí un buen rato
como quien quiere entrar a la casa. Si en ese momento hay algo allí, oculto,
estará pendiente de sus movimientos y me dará libertad a mí para entrar sin ser
percibido…
—Ok –dijo mirando el techo de la casa con el temor
muy bien marcado en el rostro.
—Usted me dejará a unos cuantos metros de la casa,
lejos, yo me introduciré en los terrenos y me acercare por entre los árboles
mientras tanto usted estará estacionada en el portón. Tendremos que calcular
más o menos cuanto tiempo me tardaré en llegar por la parte trasera y usted…
—Puedo hacer algo mejor –dijo el hombre inspirado—.
Puedo llevar a dos de mis empleados y pedirles que se mantengan allí como quien
limpia la parte externa de la casa mientras yo estoy a punto de entrar.
—Ok. Eso está mejor. Mientras más distracciones
podamos emplear mejor.
Terminaron los planes al borde de las once de la
mañana. Don Esteban, como empresario de éxito tenía a su cargo un amplio
abanico de opciones en cuanto a la adquisición de bienes y objetos. En un
momento se puso de acuerdo, por teléfono para que le hicieran llegar aquel
mismo día un equipo completo, de los últimos, de buceo con dos tanques de
oxígeno.
—Creo que eso es todo— dijo Néstor cuando iban a
dar las doce del mediodía y ya les estaba llegando el delicioso aroma del
almuerzo.
***
Aquella noche y gracias a la conexión directa con
cualquier parte del mundo por medio de una línea de teléfono, Néstor llamó a
Carol Smith, su abogada.
—¿Qué tal todo por tu tierra? –le preguntó la
mujer.
—Normal. Todo verde como decimos por aquí.
—Ha estado llamando don Richard, el señor que te
cuida la casa… dice que la nieve ha entrada por la chimenea la cual parece
tenía abierta la azotea, o algo así…
—Ah, ya. Espero que él la haya cerrado.
—Algo así… me dijo que si te comunicabas conmigo te
dijera que todo estaba bien. Y aunque el río parece congelado en la superficie
ya comenzaron a bajar los alces.
—Ah, don Richard. Todo lo mezcla.
—Sí. Eso noté.
—Salúdalo y dile que estoy bien. Eso es lo que
seguramente quería preguntarte.
—Ok. Como siempre, por aquí todo parece haber
comenzado a caer en un letargo. ¿Cuándo regresas?
—Es probable que dentro de una semana… o quién
sabe.
—¿Algún problema?
—No. Todo verde.
—Sólo recuerda el acuerdo de las posesiones, por si
acaso.
—No te preocupes… ¿No estarás pensando perderte?
“Quien sabe” pensó Néstor, pero sospechaba que eso
sería lo que iba a ocurrir.
Si le hubiera preguntado si tenía miedo, diría que
sí. Pero no lo hizo.
—No, no estoy pensando en eso, pero recuerda que a
veces siempre sucede lo inesperado.
—O lo que uno espera.
—Sí. Sólo quería llamarte para saludarte y que
supieras que todo está bien.
—Gracias por hacerlo. Le diré a don Richard que no
se preocupe por ti.
—Saludos.
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