miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 9





Las últimas dos entradas del diario estaban fechadas una en febrero y otra en septiembre del año de 1962. En ellas no había nada que se refiera al mundo invisible. Eran simples entradas para comentar una salida al campo y otra para hablar de las lluvias de septiembre. Néstor sospechaba que podría haber otro diario, pero don Esteban había dicho que sólo había logrado sacar aquellas cosas de la casa. Posiblemente, allá, en algún lugar de un solitario dormitorio se encontraba el siguiente, o los siguientes diarios. Sólo estaba aquella pintura pequeña del rostro de la mujer envejecida como testimonio de los últimos momentos de su vida en este momento de la tierra.
Tomó el cuadro y lo envolvió en uno de los trozos de papel estraza. Don Esteban había dicho que su esposa solía ponerse nerviosa cuando veía cosas de su cuñada, así que mejor no tentar a la suerte. Lo llevaría a su habitación y allí, cuando tuviera las fotos de la mujer trataría de ver en sus rasgos, los cambios sufridos durante aquellos años.
Antes de las doce del mediodía ya les había dado una revisada a todos los libros que en algún momento pertenecieran a Azucena. Casi todos tenían anotaciones en los márgenes, comentando algún pasaje en particular. Pero ninguno le llamó la atención como los encontrados en el libro sobre la wicca, aquel que tomara en primer lugar y que hablaba de rituales.
Así pues, se llevó a su habitación el cuadro el libro.
Estuvo toda la tarde leyendo, tratando de encontrar en esa lectura algunas pistas. Las preguntas que anidaban en la cabeza de Néstor eran: ¿Cuáles eran las palabras para entrar y cerrar la puerta? En el diario siempre decía: y pronuncié las palabras. Pero nunca las mencionaba allí.
Extrajo, en su libreta de apuntes algunas ideas tales como lo de las fases de la luna. Parecía ser que en la wicca estas eran de suma importancia. Miró el calendario en la agenda. Estaba a dos de diciembre de 1980. La luna estaba menguante y a un 30% visible.
Quizás en ese momento, esa misma luna estuviera ejerciendo la debida influencia sobre todos los seres y cosas sobre la tierra.
Pero la luna más importante, para el antiguo arte de las brujas, como decía el libro, era la luna nueva. En la luna nueva la fuerza comienza a crecer y con ella todo el mundo mágico le brinda sus poderes a quien sabe usarlos. Miró de nuevo la agenda con las fases de la luna. Tendrían luna nueva el siete de diciembre. Dentro de cinco días. Anotó la fecha en la agenda y siguió leyendo.
Cuando llegó la noche y con ella el regreso del señor Esteban Landa, ya tenía una idea general de las creencias de aquellas doctrinas.
En resumen, la wicca, basaba sus creencias en que la naturaleza (los cuatro elementos, las estaciones del año, pero sobretodo la influencia del sol y de la luna), era la generadora de la magia. Y que el mago, o la maga, que sabía utilizarlas adecuadamente podían realizar cosas como los antiguos las hacían. El dios astado, o venado, también era un símbolo muy importante dentro de la magia wicca. La madre luna y el padre sol lo regían todo. Hablaba del sexo, del uso del mismo para lograr prodigios, y rituales con velas de colores.
Lo que más le interesó a Néstor, de todo aquello, eran los conjuros. Había una gama de los mismos para invocar las fuerzas de la naturaleza. Lo malo era que no identificaba cuál era el adecuado para abrir la puerta. Quizás había más libros en el interior de aquella casa. De alguna manera tenía que entrar sin ser detectado. Y como si un foco se hubiera encendido en su cabeza dijo a la soledad de la habitación:
—Eso es. Tengo que entrar sin que me vean. Eso quiere decir que lo tengo que hacer por la parte trasera de la casa…
Todo lo que sospechaba era que, si aquella era una puerta a otro cuando de la tierra, sólo se podía ver hacia adelante por ella. Quizás, como los seres humano actuales no podían respirar por mucho tiempo aquel oxígeno, lo mismo sucedía con aquellos seres. Quizás, la puerta permaneciera abierta y podían entrar, pero no podían alejarse mucho de la misma. Quizás, por eso la influencia de aquellos seres no se había difundido por toda la tierra en este cuando.
Si llegaba por la puerta trasera, quizás, no lo verían y tendría tiempo para investigar en el interior de aquella habitación, la que estaba justo detrás de la puerta. Según don Esteban ese era el lugar donde Azucena guardaba todos sus objetos de trabajo. Todo lo que el hermano había encontrado en su dormitorio lo había traído, pero no había tenido tiempo de tomar lo que estaba en la bodega. Sí…
Por lo menos era una idea.

***

—Estos son los álbumes –le dijo don Esteban entregándole dos enormes libros de hojas oscuras y muy gruesas.
Le había solicitado al hermano de Azucena algunas fotografías para comprobar el cambio sufrido por ella desde la aparición de la puerta. Y él le había proporcionada aquellos dos enormes álbumes.
—¿Cómo va con la investigación? –le había preguntado don Esteban apenas llegar y saludarlo.
—Ya tengo una idea general de lo que está ocurriendo allá. Ahora sólo necesito hacer un plan para entrar y encontrar algunas cosas…
—¿Puede decirme de que se trata todo eso?
Néstor Vladimir consideró la pregunta, aunque ya la había reflexionado. Tenía una respuesta y la dio:
—Magia, por supuesto. Su hermana, estaba experimentando con fuerzas del más allá. De alguna manera abrió un portal hacia otra dimensión y quedó abierto. Es por allí por donde se meten esas sombras, o demonios…
Y como era de esperarse, don Esteban, que en realidad esperaba esa respuesta se dejó caer sobre un sofá. Durante algunos minutos no dijo nada y con la mirada extraviada en el techo de su vivienda parecía estar pensando o tratando de organizar ideas.
—¿Y se puede cerrar? –preguntó al fin mirando con tristeza a Néstor.
—Estoy pensando en una posibilidad. Déjeme pensar un poco más y luego se la diré.
—Está bien –dijo en tono de derrota.
—Voy a revisar estas imágenes y mañana le daré una respuesta más clara.
—Está bien.
Así pues, después de la cena, subió de nuevo a su habitación y bajo la luz de la lámpara comenzó a mirar los álbumes.
Allí, se podía ver la evolución física de María Azucena Landa. Había imágenes de los años treinta cuando era apenas una pequeña bebé. Luego de adolescente y ya de toda una mujer. Había muchas de la celebración de los quince años. Eran de ojos grises, y esto se podía ver en las últimas fotografías del segundo álbum donde aparecían muchas a color.
Néstor, había colocado el autorretrato apoyado contra la pared en la mesita de noche y él se había sentado en una silla enfrente a él, mientras estudiaba las imágenes.
Comprobó que, a partir del aparecimiento de la puerta, en efecto, el rostro de la mujer había comenzado a transformarse. Si se hiciera un estudio minucioso de las facciones se encontrarían las diferencias de inmediato. Pero el verdadero envejecimiento comenzaba en 1970. Era como si aquel último año se hubiera convertido para ella en un completo sufrimiento. Sólo había una imagen de esa época, y era la misma de la pintura. Posiblemente, para poder pintarse, se había tomado aquella imagen. En el fondo de sus ojos grises ya no parecía haber alegrías, ni esperanzas de nada. Así que el verdadero desenlace había comenzado aquel año.
Pero ¿Qué había sucedido?
Cerró los álbumes –eran casi las diez de la noche— y los colocó uno encima del otro sobre la mesita de noche desde donde el autorretrato le lanzó una mirada de tristeza. Se quedó un buen rato tratando de organizar las ideas. Porque ahora venía la otra cuestión: ¿Entrar o no entrar a aquella casa? ¿Para qué? ¿Qué podría hacer él al respecto de esas cosas en el interior?
A las diez y trece se levantó de la silla y salió al balcón. Miró hacia los cerros y las luces que parecían luciérnagas de varios colores. En algunas de aquellas viviendas ya habían comenzado a aparecer las luces de navidad. La vida, para todos, parecía muy sencilla. Pero, para él ya no lo era.
De un par de días para otro su mundo se había transformado en algo totalmente distinto al de los últimos veinte años. Había vivido su vida en una zona muy cómoda. Convencido, como la mayoría de los seres humanos que se vivirá para siempre. Ahora tenía otras ideas al respecto.
Tenía que tomar una decisión acerca de lo que haría a continuación y mientras se tomaba un baño con agua tibia, la tomó.

***

—Voy a entrar a la casa –le comunicó a don Esteban después del desayuno y cuando su esposa ya no estaba presente.
Don Esteban lo miró con interés con esperanza y al mismo tiempo con temor. Una mezcla bastante rara de sentimientos encontrados.
—Voy a necesitar un par de tanques oxígeno…
—¿Oxígeno…?
Pareció recordar algo.
—Hay cinco tanques de oxígeno en La Casona. Recuerdo que mi hermana los usaba no sé para qué cosa… deben de estar en la bodega.
—Con esos no podemos contar, además deben de estar totalmente vacíos u obsoletos. Necesitaré uno, por lo menos. Con un traje de buceo.
—Ok –dijo sin interrumpir más.
Después de todo quizás aquel investigador que tenía enfrente sabía lo que se hacía y por cierto ¿Para qué utilizaba los tanques de oxígeno su hermana? Rechazó el pensamiento a algo que ya había dado muchas vueltas en su cabeza. Tomó un lápiz de su camisa y buscó un trozo de papel para escribir la lista de cosas que el investigador iba a utilizar.
—Además del oxígeno voy a necesitar una linterna y una cuerda…
Por la cabeza de Néstor pasaban muchas de las imágenes sembradas allí por la lectura del diario. Azucena, de alguna forma, había dejado una guía para quien quisiera aventurarse en Arum como le llamaba ella.
—¿Cuántos tanques de oxígeno? –preguntó don Esteban quizás recordando los que había utilizado su hermana con propósitos desconocidos.
—Dos creo que serán suficientes. Llenos y con sus mascarillas y escafandras.
—Muy bien.
La idea de Néstor había germinado durante la noche. Él no era un hombre de acción, sino de ideas. Lo demostraban esa gran cantidad de libros escritos durante más de veinte años. Pero, precisamente por eso, porque tenía la capacidad de organizar ideas en su mente y de intuir lo que no era tan evidente es porque había comprendido aquello de la puerta. Era probable que aquellos seres vivieran muy poco en este lado del tiempo. Y que la puerta, en definitiva, sólo mostrara aquella parte de la cocina como lo mencionara Azucena en sus apuntes.
¿Qué haría él?
Llegaría por la parte de atrás de la casa. Ni siquiera pasaría por el portón principal. Se introduciría, con su equipo de trabajo, por el bosque de atrás. Avanzaría por entre los árboles y entraría por la puerta de atrás. Luego, sin cruzar aquella línea que claramente era el lugar donde estaba la puerta entrar a la bodega. Investigar entre todos aquellos objetos guardados allí las palabras para cerrar la puerta.
Ese era el punto esencial: cerrar la puerta. El cómo era la misión más importante. Sabía que había palabras adecuadas. Esas palabras adecuadas eran las que tenía que buscar en aquel lugar.
—¿Cuándo quiere que lo lleve allá?
—El siete de diciembre, en cuatro días.
—¿Hay algo especial en esa fecha?
—Es luna nueva y la magia que Azucena realizaba era del tipo lunar. Tienen que estar todos los ingredientes a punto. Además, don Esteban, necesito que me indique el mejor camino para llegar a esa casa por la parte trasera. Y también necesitaré su ayuda.
Pareció algo asustado por la petición.
—No se preocupe. No tendrá que entrar en la casa, pero necesitará, por lo menos ubicarse en el portón de entrada. Según he visto en algunas fotografías, la casa queda a unos cuantos metros de éste.
—Así es.
—Necesito que mientras yo entro por la puerta trasera usted sirva de distracción. Que abra el portón y esté allí un buen rato como quien quiere entrar a la casa. Si en ese momento hay algo allí, oculto, estará pendiente de sus movimientos y me dará libertad a mí para entrar sin ser percibido…
—Ok –dijo mirando el techo de la casa con el temor muy bien marcado en el rostro.
—Usted me dejará a unos cuantos metros de la casa, lejos, yo me introduciré en los terrenos y me acercare por entre los árboles mientras tanto usted estará estacionada en el portón. Tendremos que calcular más o menos cuanto tiempo me tardaré en llegar por la parte trasera y usted…
—Puedo hacer algo mejor –dijo el hombre inspirado—. Puedo llevar a dos de mis empleados y pedirles que se mantengan allí como quien limpia la parte externa de la casa mientras yo estoy a punto de entrar.
—Ok. Eso está mejor. Mientras más distracciones podamos emplear mejor.
Terminaron los planes al borde de las once de la mañana. Don Esteban, como empresario de éxito tenía a su cargo un amplio abanico de opciones en cuanto a la adquisición de bienes y objetos. En un momento se puso de acuerdo, por teléfono para que le hicieran llegar aquel mismo día un equipo completo, de los últimos, de buceo con dos tanques de oxígeno.
—Creo que eso es todo— dijo Néstor cuando iban a dar las doce del mediodía y ya les estaba llegando el delicioso aroma del almuerzo.

***

Aquella noche y gracias a la conexión directa con cualquier parte del mundo por medio de una línea de teléfono, Néstor llamó a Carol Smith, su abogada.
—¿Qué tal todo por tu tierra? –le preguntó la mujer.
—Normal. Todo verde como decimos por aquí.
—Ha estado llamando don Richard, el señor que te cuida la casa… dice que la nieve ha entrada por la chimenea la cual parece tenía abierta la azotea, o algo así…
—Ah, ya. Espero que él la haya cerrado.
—Algo así… me dijo que si te comunicabas conmigo te dijera que todo estaba bien. Y aunque el río parece congelado en la superficie ya comenzaron a bajar los alces.
—Ah, don Richard. Todo lo mezcla.
—Sí. Eso noté.
—Salúdalo y dile que estoy bien. Eso es lo que seguramente quería preguntarte.
—Ok. Como siempre, por aquí todo parece haber comenzado a caer en un letargo. ¿Cuándo regresas?
—Es probable que dentro de una semana… o quién sabe.
—¿Algún problema?
—No. Todo verde.
—Sólo recuerda el acuerdo de las posesiones, por si acaso.
—No te preocupes… ¿No estarás pensando perderte?
“Quien sabe” pensó Néstor, pero sospechaba que eso sería lo que iba a ocurrir.
Si le hubiera preguntado si tenía miedo, diría que sí. Pero no lo hizo.
—No, no estoy pensando en eso, pero recuerda que a veces siempre sucede lo inesperado.
—O lo que uno espera.
—Sí. Sólo quería llamarte para saludarte y que supieras que todo está bien.
—Gracias por hacerlo. Le diré a don Richard que no se preocupe por ti.
—Saludos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario