miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 11





De las entradas más significativas que Néstor había leído, las siguientes fueron las más importantes:

1967, 12 de julio, miércoles
Mi intención más sincera, y la que mantuve durante cinco años, fue no volver a entrar a Arum. Quizás fue el aburrimiento o la curiosidad. O quizás fue el deseo de ver más allá de lo que veo a diario en este mundo ordinario, pero lo cierto que es que hoy volví a entrar en ese mundo invisible.
Me preparé como siempre lo he hecho: a conciencia. Verifiqué el oxígeno, tomé la linterna y hasta el arma. Bendita arma. Si no la hubiera llevado posiblemente no estaría contando esto.
Entré pronunciando las palabras correctas. La puerta se abrió como la última vez hacía cinco años. La sensación de fiebre interna era la misma: hay cosas que nunca cambian.
Era el atardecer pues todo parecía estar rodeado de gris. ¿Cuál era mi objetivo al entrar una vez más allí? Ninguno en particular. Sólo quería experimentar la sensación de peligro que me había causado en aquella ocasión aquella especie de gato salvaje. Eso era todo. Me sentía tan aburrida con mi vida cotidiana. Hasta la constante alabanza que reciben mis pinturas, cansa.
Me quedé unos momentos parada mirando hacia el horizonte y su atardecer. Me dije que bien podía dar la vuelta allí y regresar aquí. Pues la luz del día desaparecía y pronto sería de noche. Y de noche, aquel lugar no era nada seguro.
Y como si una idea llevara a otra busqué con la mirada el sitio donde había arrojado la linterna. Di unos cuantos pasos hacia el lugar y busqué dicho objeto. No había señales de él. Pensé muchas cosas con respecto a su destino. Habían pasado más de cuatro años desde aquellas últimas visitas y quizás alguien había pasado por allí, además de la persona que había puesto la advertencia sobre la puerta.
Busqué la advertencia. Ya no estaba. Y ni siquiera las palabras en runas que yo misma había grabado. Regresé con pasos lentos hacia el tronco del árbol y comencé a palparlo. No, allí no había nada, ni parecía haberlo habido nunca.
Recordé que mis runas habían sido hechas con pintura blanca y las letras de advertencia estaban como hechas con algo que quemaba porque eran de bajo relieve: grabadas en la corteza del viejo roble. Quizás había llovido mucho como lo hace en este lado de la tierra y mis palabras pudieron haberse borrado, pero… las que alguien más había puesto no, ni, aunque lloviera durante meses.
Más adelante lo entendí todo, pero por ese momento estaba intrigada.
Traté de no tomarle importancia a eso y sin pensarlo más eché a andar hacia el bosque. Aun podía ver entre los árboles. Así que no encendí la lámpara.
Caminé durante unos diez minutos y me parecía que aquel lugar era más joven. Como si los árboles en vez de envejecer hubieras rejuvenecido. Después lo entendí.
Llegué hasta el claro del bosque donde mucho tiempo atrás mirara aquel grupo de seres extraños como en una especie de descanso y luego el cadáver de uno de ellos. Me pareció que el mismo claro era más pequeño, como si estuviera creándose. Me quedé algunos minutos entre los árboles y luego, al no advertir ningún movimiento, entré en el espacio libre de árboles.
Miré hacia el cielo. Seguía siendo un cielo extraño. La máscara de oxígeno se movió entre mi boca y mi nariz y temí que se aflojara y volví a bajar la cabeza.
Recuerdo haber pensado: “Aquí pasó algo”
Soplaba una suave brisa y estuve tentada a quitarme la boquilla del oxígeno para comprobar si era respirable. No lo hice, claro.
Miré la hora: llevaba más de veinte minutos afuera. Era hora de volver.
Volví a introducirme entre los árboles y caminé por la misma ruta de siempre hacia el roble.
Ya estaba a punto de llegar allí cuando me enteré, por un ruido bastante violento, que había algo, o alguien cerca del tronco. Me agaché entre los árboles con el corazón hecho un puño muy pequeño en el pecho y traté de mirar. Para entonces la oscuridad era casi palpable.
Me quedé totalmente quieta y observé.
Logré distinguir en ese primer momento, varias sombras que se movían enfrente del roble. Eran unos seres que parecían no medir más de un metro de altura, de color negro y achatado. No eran ni siquiera humanoides pues ningún rasgo de humano tenía. Era como conejos, pues sus extremidades inferiores, en ese primer momento y a la luz de un sol que comenzaba a irse, me parecieron grotescos. Había media docena justo enfrente del árbol de la puerta. Parecían inquietos y olisqueaban el aire.
Allí, agazapada los miré ir y venir gruñendo violentamente y como a punto de enfrascarse en una pelea. Se empujaban, gruñían y volvían a rondar enfrente del árbol.
Pasaron más de diez minutos y yo agazapada allí. Miré mi reloj, sí, llevaba más tiempo que en las ocasiones anteriores. Y, además, el oxígeno… ya estaba a punto de terminarse.
Comencé a sentirme angustiada. ¿Y si se me terminaba el oxígeno antes de que se movieran aquellos seres? Comencé a maldecirme a mí misma por andar de babosa. Bien clara estaba la advertencia de que no volviera a Arum.
Miré varias veces la cantidad de aire y recordé lo del tiempo. Y era cierto. Parecía más rápido. Traté de serenarme, respirando hondo. Y cuando daba la segunda inspiración mis costillas chocaron con algo duro en mi cintura. Era la pistola.
Se me ocurrió algo en ese momento. Tenía que hacer algo para alejar a aquellos seres de mi puerta y rápido.
Saqué la pistola y me incorporé con mucho cuidado. Busqué algún blanco lejos de los seres. Tenía que atinarle a algo que estuviera lejos de mí pero que causara mucho ruido para que ellos huyeran, o se sintieran curiosos y se alejaran del tronco del roble.
No veía nada a lo que darle desde dónde estaba que provocar un ruido tal. Volví a mirar el medidor del oxígeno: sólo para cinco minutos máximos.
Y sin pensarlo ya mucho ubiqué el tronco de un árbol que estaba a unos cincuenta metros de mi punto. A la derecha. Lo alineé con la punta de la pistola y halé el gatillo. El estampido se escuchó por todo el lugar y algo de corteza del árbol se desprendió mandando a su alrededor algunas esquirlas.
BOOOOM
Los seres, de inmediato, como esperaba se movilizaron. Y no lo hicieron en retirada, sino que se movieron hacia el árbol herido. Lo malo fue que no lo hicieron los seis. Uno se quedó en su lugar: vigilando mientras sus compañeros corrían hacia el lugar del impacto.
Miré de nuevo el medidor de oxígeno: cuatro minutos.
Me puse en movimiento hacia el tronco del roble por entre los troncos de los otros árboles.
Llegué atrás del roble y sin pensarlo, también, mucho, me coloqué enfrente del ser aquel con el arma apuntándole. Mi intención no era matarlo, pero por lo visto, el temor a las armas no se les ha infundido a aquellos seres o no reconocen el cañón de una pistola amenazándoles.
Se me lanzó encima rugiendo y no tuve más remedio que apretar el gatillo. La cabeza, o lo que me pareció eso, vibró ante el impacto y el ser se derrumbó a unos dos metros de mí.
Los seres que ya habían llegado hasta el tronco del otro árbol allá a unos cincuenta metros se volvieron seguramente y comenzaron a emitir rugidos y a correr de nuevo hacia donde yo estaba.
Miré hacia la cocina. La puerta estaba allí abierta. Allí estaba y me pregunté en ese momento porque aquellos seres no habían intentado entrar.
Brinqué hacia acá de inmediato y cuando el oxígeno parecía llegar a cero pronuncié las palabras para cerrar la puerta.
Me llevé un susto de muerte. Me quité el traje de hombre rana y respiré profundamente. Me senté un buen rato sobre el sillón de la sala y respiré un poco más tratando de ordenar mi cabeza aturdida.
Han pasado más de dos horas desde que regresé de Arum y me he prometido no volver nunca más. Es un lugar peligroso y, además, creo que el tiempo, allá, ha retrocedido muchos años de aquí.
Lo he comprendido al reflexionar sobre la desaparición de mis runas sobre el tronco y de la advertencia grabada con fuego. De alguna manera Arum va hacia atrás. No sé. Algo así.

24 de agosto, 1967, jueves.
Algo se metió a mi mundo cuando estaba en el bosque. Lo he comprendido completamente estos últimos días.
Han comenzado a pasar fenómenos muy raros en la casa. Siento, por las noches, sobre todo, que algo se mueve alrededor de mi cama, o por los pasillos. Como si las paredes tuvieran ojos. No puedo ver nada, pero si sentir su presencia.
He deducido que aquellos enanos que estaban en la puerta eran como su séquito y estaban esperando al explorador que andaba por este lado.
No ha causado ningún daño visible porque parece ser que los seres de allá, al estar acá, se vuelven invisibles. Me pregunto si yo allá no lo seré también. No, no lo creo sino porque aquel ser se me lanzó encima cuando me paré ante él.
Lo cierto es que tengo miedo. Ese ser, ahora mismo, parece estar detrás de mí. No emite sonidos, ni ningún olor en particular, pero su presencia es molesta. Es como tener una respiración muy profunda detrás de uno.
No sé qué hacer ¿Y si abro la puerta para dejarlo salir? Pero ¿Y si al abrir la puerta se meten más seres?

11 de octubre de 1967, miércoles
Estos últimos días han sido un infierno para mí.
He logrado ver al ser que habita en mi casa y me tortura con su mirada. Es invisible a los ojos humanos, pero yo mediante el uso de la magia lo he logrado ver. He colocado cazos de aluminio por toda mi habitación conteniendo una solución mágica y allí lo he podido ver. Es horrible, grande y parece estar sufriendo tal como yo lo hago. Me sigue a todas partes.
Estoy pensando sacarlo de la casa, pero no mediante la puerta. Estoy convencida de que si abro esa puerta se meterán miles de seres de la misma calaña y si no puedo soportar a uno solo cómo le haré para hacerlo con tantos. No, no lo puedo enviar de nuevo a su mundo.
Voy a llevarlo a la cabaña y allá lo enfrentaré con mi tulpa. Sí eso haré.

1968, diciembre, 11, miércoles
Según yo, mi tulpa había logrado vencer al ser aquel y fue al revés.
Llevé aquel ser conmigo a la cabaña hace más de seis meses y mi tulpa azuzado por mí se le enfrentó. Al final pensé que lo había vencido, pero lo que ocurrió fue lo siguiente: se fusionaron. De alguna forma aquel ser se metió dentro de mi creación y lo transformó. Ahora, mi inocente criatura es un monstruo. Ha cambiado totalmente sus costumbres. Ahora no come hierbas como lo hacía antes, ahora devora animales y temo que pronto comenzará su gusto por la carne humana.
Lo he atado con magia, pero temo se suelte en cualquier momento. No sé qué hacer. Tengo miedo. Ahora el miedo es mayor porque lo que antes era invisible lo es visibles para mí y para todo el mundo. Además, de ser un ser casi irreconocible, mi tulpa, se ha vuelto hediondo. Huele a podrido.
Ahora, prácticamente vivo aquí en la cabaña. Me da miedo abandonar este sitio y que ese ser se suelte y empiece a asolar los alrededores.
Voy a pensar una forma de deshacerme de él.

1970, enero, 28, miércoles
Me estoy volviendo loca.
Siento que los nervios se me crispan cada vez que pienso en que la culpable de todo esto fue yo. Yo abrí esa puerta, yo insistí después de la advertencia en volver a ese mundo y dejé pasar hacia acá a ese ser. He metido totalmente las patas, como decimos los hondureños.
Ahora no puedo hacer nada para deshacerme de esa abominación. Él me lee la mente. Los seres de aquel mundo leen la mente. Y ahora, mi tulpa es totalmente lo opuesto a aquel dócil amigo que me ayudó a…
No, no sé qué hacer.
He pensado en la posibilidad de abrir la puerta y arrastrar conmigo a la tulpa y luego volver a cerrar la puerta, para siempre, desde allá.
Eso sería lo más lógico y lo más humano posible. Si este bicho queda acá puede causar mucho daño. He logrado contenerlo, pero mis fuerzas se están agotando. No he dormido en más de dos meses como debería dormir y siento que mis nervios andan a flor de piel. Voy a ir a pasar unos días a la casa con mi padre y espero que se me calmen. Dejaré suficiente comida para esa bestia. Si pudiera envenenarla, pero estoy segura de que el veneno sólo ayudaría a incrementar su maldad.
¡Quisiera estar muerta!
Pero ni siquiera esa posibilidad es factible para mí.

Febrero, 14, sábado, 1970
Voy a tratar de enviar al otro lado al tulpa, o lo que fuera mi tulpa.
Lo había dejado atado en la cabaña y se ha escapado viniendo conmigo a La Casona. He logrado mantenerlo oculto durante todos estos días, gracias a la magia, pero yo me estoy envejeciendo día a día a toda prisa.
Voy a abrir la puerta, lo voy a llevar conmigo y luego cerraré desde adentro.
Quizás estas sean mis últimas palabras, pero si fracaso. Si llegara a fracasar en mi intento. Y la puerta se llegará a abrir. Las palabras tanto para cerrar la puerta como para abrirla son: los cuatro signos de Voor, Kish, Koth y Mayor.
La puerta sólo se puede cerrar desde adentro. Voy a intentar hacerlo desde aquí, pero si fallo ya puedo darme por muerta.

***
Palabras proféticas porque según su hermano, había muerto justo a unos pocos metros de allí en un rictus horrible de desesperación y angustia espiritual.
¿Qué había visto en ese último instante?
Dibujados con las artísticas manos de Azucena, en una página debajo de cada nombre estaba el signo que debía de hacer al pronunciar dicho nombre. Dicha magia, lo comprendió Néstor, no era de la wicca sino de otro tipo de culto satánico. El mismo tulpa, era creación de las culturas orientales.
María Azucena Landa había pasado de la teoría a la práctica sin ninguna dificultad debido a que poseía una enorme cantidad de fuerza espiritual. Había probado encantamientos y realizado brujería de la más pura calidad. En otros tiempos y bajo otros soles, a aquella mujer se le hubiera considerado como una diosa.
Pero en esta vida había hecho experimentos demasiado peligrosos que como ella misma proclamaba: ponían en riesgo la continuidad de la existencia humana. ¿Qué de verdad tenía aquello?

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