miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 6





—Me costó convencerlo –dijo don Estaban minutos después regresando al balcón—, pero está dispuesto a recibirlo en su oficina mañana a las ocho, temprano. Le comenté que usted andaba investigando los fenómenos de La Casona y eso lo convenció. En cuanto le mencioné quien era lo sentí reaccionar de manera negativa… aún siente mucho la desaparición de su amigo y jefe.
—Sí, debe de ser algo penoso para él. Me parece bien la hora.
—Le mandaré con un chófer si…
—No, no es necesario… me gustaría volver a manejar por las calles de mi tierra si no es un inconveniente.
—En ese caso puede llevarse el Jeep que está junto al Ford. Le voy a dejar las llaves sobre la mesa del comedor. Yo salgo para Yucarán a las cinco de la mañana, pero volveré por la tarde. Así que siéntase como en su casa y cualquier cosa nos ponemos de acuerdo por la noche.
—Ok. Muchas gracias don Esteban.

***

23 de octubre de 1962
Mi padre estará todo el mes de noviembre fuera del país. Va para Guatemala.
Estoy tentada a volver a repetir la experiencia del viaje a ese otro mundo, pero al mismo tiempo tengo miedo. No sé qué pueda suceder si estoy un minuto allá. He sacado los cálculos y un minuto equivaldría a… bueno si un segundo se va en tres días, sólo tendría tiempo para diez segundos como máximo. Un minuto allá serían acá seis meses, medio año. Dos minutos un año. Diez minutos cinco años. Veinte minutos diez años… y así de manera infinita. Pero yo sólo tengo para un mes, diez segundos…
¿Qué podría hacer en diez segundos?
Voy a pensar algo, porque mi padre se va dentro de siete días.

1 de noviembre de 1962, jueves.
Mi padre parte mañana para Guatemala. He decidido volver a entrar en ese mundo durante diez segundos. He estado practicando con el reloj lo que voy a hacer en esos diez segundos y me parece lo más adecuado.
Voy a tratar de parar el tiempo.
Bueno es algo de magia. Creo que he comprendido porque el tiempo va tan de prisa aquí mientras estoy allá. Quiero comprobar una teoría.

2 de noviembre de 1962, viernes
¡Lo he logrado!
Por fin entendí como funcionar el tiempo.
He entrado y salido del otro mundo tres veces hoy y ya comprendo cómo funciona el tiempo en ambos mundos.
Todo es mental.
El tiempo corre en la mente de quien mira las cosas. Nada más. Algo tan sencillo como eso.
Apenas se fue mi padre por la mañana, me levanté y me preparé como la vez pasada. Coloqué los relojes sincronizados uno sobre mi muñeca y el otro sobre la mesa. Me até la soga por cualquier cosa y luego me puse el tanque de oxígeno al hombro. No había percibido ningún cambio en mi piel la vez pasada, pero estaba convencida de que sólo el oxígeno no era respirable.
Tomé la cámara fotográfica y una lámpara en la otra mano. Esta vez no llevaría ningún canario.
Respiré hondo, sólo por costumbre, invoqué las runas y la puerta se abrió. Entré.
En esta ocasión, aunque llevaba el reloj y el tiempo medido no iba a pensar en ello.
Volví a experimentar la misma sensación de fiebre interna, algo que ya sé es normal al pasar por la puerta, y me detuve. Era de día, o por lo menos eso me pareció ver después de que la nieva se despejara, esta vez a una velocidad normal. Era de día y se veía, al fondo el mismo valle de color anaranjado y verde.
Me volví y miré la puerta en el tronco del gran árbol. Del otro lado todo parecía estar quieto, no como la otra vez. Todo, parecía estar como lo había dejado. Entonces el truco si funcionaba.
¿Y cuál era ese truco?
Sencillo. Me había pasado la noche anterior repitiéndome mentalmente hasta el cansancio: el tiempo es mental, el tiempo es mental, el tiempo es mental…
Había leído, días antes esta idea, y me pareció de lo más sencilla y real. De paso, el artículo decía que cuando un concepto entra en nuestra mente lo hacemos nuestro y lo creemos a pies juntillas cuando lo repetimos y repetimos hasta el cansancio.
Ahora, sin siquiera repetírmelo, mi consciencia lo había aceptado como verdadero. No lo cuestionaba. Por eso, el tiempo parecía marchar al mismo ritmo en los dos mundos. Como un reloj que se ha puesto en marcha.
Y ahora que lo pienso, es una verdad indiscutible: el tiempo es mental. Pienso en las personas que están condenadas a muerte. Si la muerte da miedo, el tiempo, si es que se le ha puesto tiempo, pasa muy rápido. Pero si se desea la muerte, como en el caso de muchos enfermos terminales, el tiempo pasa muy, muy lento. O cuando se está enamorado, cuando se espera al amado el tiempo se hace tan, tan lento. Y miles de casos similares, donde el tiempo se acelera o se detiene de acuerdo a nuestros estados mentales.
El problema mío fue que cuando lancé el gato y éste volvió podrido y muerto yo asumí de inmediato que el tiempo en ese otro lugar avanzaba más rápido. De inmediato todo comenzó a suceder de esa forma: las papas, la carne, el repollo, todo aceleraba su proceso de descomposición porque en mi consciencia el tiempo iba rapidísimo.
Al limpiar mi consciencia de dicha creencia, todo volvió a la realidad a la cual estoy acostumbrada.
Cuando se es niño, por ejemplo, los días son larguísimos porque todo lo que hacemos no está sujeto al tiempo, pero al crecer todo lo metemos en la misma canasta y le damos una medida. La mente, entonces, es la madre del tiempo, como lo es de todo.
Estuve los diez segundos, para probar mi teoría. Regresé al cabo de ese tiempo y pude comprobar con verdadera satisfacción que tenía razón: los relojes mostraban la misma hora. Comprobé, asomándome por la ventana, que el sol apenas comenzaba a salir, tal como había estado al meterme por la puerta.
Verifiqué de nuevo el oxígeno: el tanque estaba casi lleno. Miré la linterna y me pregunté si sería necesario llevarla de nuevo. Me la metí en el cinturón.
A las seis y diez minutos volví a sumergirme en aquel mundo. Mi intención era alcanzar el minuto allá y volver después de ese tiempo para volver a comprobar la hora. Tampoco podía abusar de las ideas. Podría haber una variable, aunque no le puse mucha cabeza a la idea para no modificar nada en mi conciencia.
Así pues, volví a entrar por segunda vez y encontré lo mismo que antes: niebla, el valle, el día, los colores verde y naranja extendiéndose por todos lados.
Traté de divisar algo más allá del valle. Lo que se vía eran unas montañas, o cerros, rodeándolo. El cielo no era del acostumbrado azul del mundo que conozco, pero parecía tener cierto parecido por las nubes moviéndose en masa allá arriba. Más adelante comprobaría algunas cosas.
Mi minuto terminó y regresé de nuevo a mi mundo.
De inmediato comprobé los relojes. Estaba iguales. Seis y once minutos.
Entonces, ya sin preocuparme más por el tiempo decidí explorar aquel mundo.
Por tercera vez aquella mañana y diciéndome que sólo iba a estar una hora como máximo volví a mirar los relojes. Eran las seis y quince de la mañana del dos de noviembre de mil novecientos sesenta y dos.
Volví a entrar con la intención, ahora de ir un poco más allá.
Y como nos cuenta la Biblia que el único que no miró atrás fue Lot, yo tampoco miré hacia atrás. Pero tenía la idea de no perder el camino. Me solté la soga y la coloqué en el prado, justo un par de metros después del tronco del árbol.
Comencé a bajar la pequeña depresión donde se encontraba el árbol y seguí caminando por un espacio de diez minutos (sería todo un año si nos ponemos a pensar en el tiempo), después me volví para mirar hacia atrás. Desde allí sólo se veía el tronco, a lo lejos del viejo y enorme árbol el cual identifiqué como de roble. El árbol era el más grande del lugar, pero había muchos más junto a él, como guardianes en posición de firmes.
Seguí avanzando hacia el valle. Los colores naranjas pertenecían a plantas con flores diminutas y me pregunté si aquello del oxígeno no sería también una cuestión mental. No quería probar mi teoría así de sopetón, así que no me atreví a quitarme la mascarilla de oxígeno.
Aunque el traje aquel me estorbaba un poco, y el peso del tanque de oxígeno sobre mi espalda también era algo que no me permitía moverme con libertad, avancé un par de kilómetros sobre aquel valle.
Comprobé que las leyes físicas allí, tales como la gravedad, la presión y el viento eran similares a las de este lado. Toqué las plantas y a punto estuve de quitarme la mascarilla de oxígeno para oler las flores aquellas de color naranja que me parecieron muy parecidas a las margaritas. Al final opté por no hacerlo.
Pero con respecto a la gravedad, era la misma de la tierra. No sentí ni mayor, ni menor peso. Era como andar andando sobre la misma tierra de este lado. Tomé un par de rocas, pequeñas, y las guardé en una de las bolsas del traje buzo. De paso, y para no ser menos inquisitiva, tomé también un par de flores. Y poco a poco ya tenía un montón de objetos en mis manos. Quería obtener lo máximo de la experiencia.
Miré el reloj y calculé que ya habían pasado veinte minutos.
Era hora de regresar hacia el árbol que se veía desde allí apenas.
Giré con esta intención, pero con una preocupación: no había visto, por ningún lugar ninguna fuente de agua. Y, sin embargo, las plantas crecían con mucha libertad.
Tratando de no dejar caer ninguno de mis tesoros emprendí el regreso al mismo ritmo que había empleado en bajar hasta el valle. Pero como era lógico, al ir bajando el esfuerzo fue mínimo, de regreso era hacia arriba y aunque la inclinación era mínima a unos cinco grados comencé a sentirme cansada. Ya fuera por el peso del tanque de oxígeno o por las cosas recogidas en el lugar comencé a ponerme exhausta. Y casi, casi entro en pánico.
“Serena, morena” me dije y ese pensamiento me tranquilizó un poco.
La linterna que traía en el cinturón me molestaba un poco y me la saqué, pero al hacerlo se me cayeron algunas cosas recogidas en el campo. No les tomé importancia. Lo importante era regresar al árbol.
El pánico que había sentido, a medida que bajé el ritmo, recordándome que el tiempo lo controlaba yo, se fue apaciguando. Y eso me ayudó a recobrar las fuerzas. Poco a poco me fui acercando al enorme árbol. Ahora que lo tenía de frente me parecía no muy grande. Era, a fin de cuentas, un simple árbol mediano con un tronco muy grueso. En efecto, era un roble.
Llegué hasta la puerta y miré hacia el otro lado. Todo marchaba de manera normal y el sol del otro lado había salido pues su brillo entraba a través de las ventanas abiertas. Me volví para tratar de descubrir el sol que alumbraba aquel mundo. Pero, además de las nubes que estaban en lo alto, no se veía otra cosa. En este lado, de este mundo, parecían ser las tres de la tarde.
Algo más: no me pareció escuchar ningún otro sonido que no fuera el de mi propia respiración y ese ruido sibilante que hace el oxígeno al salir por la boquilla. Como si en aquel mundo sólo existieran las plantas.
Me detuve un momento a observar con mayor detalle la puerta sobre el roble y me pregunté si habría más en aquel mundo. Y ¿Cuánto duraría la noche? Recordé, en aquel instante, que la primera vez allí era de noche.
Entré por la puerta y verifiqué la hora. Sólo había pasado una hora tal como lo tenía previsto. Dije las palabras de las runas y la puerta se cerró.
Y eso fue todo. Pero de esa hora allá en ese mundo al cual aún no le conocía el nombre, puedo sacar algunas conclusiones importantes. Por ejemplo, allá también hay día y noche, hay plantas, hay tierra y piedras como las nuestras. La gravedad funciona como aquí en la Tierra. El oxígeno está contaminado o, no lo podemos asimilar con nuestros pulmones. Esto último lo digo por el gato y por canario muertos. Además, las papas, los repollos, la carne, al contacto con aquel ambiente se corrompen muy rápido.
Me he desnudado por completo y he observado mi cuerpo para investigar algún cambio físico. No hay ninguno. Quizás la atmósfera de aquel mundo sólo afecta a la materia muerta y a los vegetales de este lado. Pero está lo del gato y el canario. Ellos entraron vivos y salieron muertos.
¿Acaso sólo afecta a los demás seres, pero no al ser humano?
Es otra incógnita más para la lista de las que ya tengo.
Estaré todo el mes sola, puedo hacer muchos más experimentos.

3 de noviembre 1962
He vuelto a entrar al mundo invisible.
No he podido ir muy lejos porque el tanque de oxígeno está casi agotado. Voy a llenar este y conseguir un par más. Me pregunto si habrá vida allá al otro lado. Pienso tomar el camino en vía contraria la próxima vez que entre. Creo que puedo descubrir algo interesante. Y aunque no sé qué voy a hacer si me encuentro con algún animal peligroso, voy a tomar el riesgo. Aún no sé mucho de ese mundo, pero creo que es una gran oportunidad para la humanidad saber que hay otros mundos allí ocultos y se puede llegar a ellos mediante este tipo de puertas.

4 de noviembre 1962
Aún no he conseguido oxígeno. He bajado al pueblo y he puesto un telegrama para que me provean de más. Quedaron en traérmelo dentro de dos días. Estoy impaciente por hacer otra incursión dentro de ese mundo.
He estado revisando una escopeta de cuatro balas que mi padre tiene en su dormitorio. No sería mala idea ir armada la próxima vez si pretendo internarme entre los bosques. También está una pistola de seis tiros. Podría llevar las dos armas por si acaso.
Si voy a ir en papel de investigadora al otro lado, en el mundo invisible, tengo que ir preparada para lo peor, o lo mejor.

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