«Como es arriba, es abajo;
como es abajo, es arriba.»
El Kybalion.
1980
—Es un trabajo sencillo. Nosotros hemos estado rechazándolo por los gastos
que implica moverse hasta Honduras, la estadía y todo eso. Pero si te interesa.
Néstor Alvarado miró de nuevo la hoja que su amigo
le había puesto en las manos.
“Posible casa encantada, El Ocotal, Francisco
Morazán, Honduras, C. A”
—Don Esteban, el dueño de la casa, nos ha estado
insistiendo para que vayamos a Honduras y arreglemos ese asunto. Su última
llamada fue apenas hace un par de semanas. No creas que no hemos querido
ayudarle con eso, pero como te digo, el problema es los gastos que implica… él
dice que no nos preocupemos por eso, pero ya sabes cómo son los muchachos del
equipo: quisquillosos. Además, pensé en ti, porque sé que tú eres de Honduras.
Quizás quieras darte una vuelta por tu país.
—No es mala idea. Salí tan pequeño de Honduras…
Los dos hombres estaban sentados, uno frente al
otro, en uno de los bares cercanos a las oficinas donde se encontraba el
despacho de una de las más famosas compañías norteamericanas de caza de
fenómenos paranormales. De la cual, John King, era el dueño e inversionista
principal.
—Allí está –exclamó King dando un manotazo sobre la
mesita donde saltaron la salsa y la sal.
La mesera, que en ese momento estaba atendiendo a
unos clientes al fondo del local, se volvió y o miró con algo de consternación.
—Lo siento –se disculpó John King.
La mujer siguió en lo suyo sin dejar de tener el
ceño fruncido.
—¿Entonces lo aceptas? –dijo esperanzador a su
amigo.
—No lo sé… cuéntame más del caso.
—Bueno… lo único que sé es que parece ser una
verdadera casa encantada. Se habla de desapariciones misteriosas, de sombras
que, a plena luz del día, reptan por sobre los tejados o entre las hierbas del
jardín. Muchos, hablan de olores fétidos… ya sabes: lo típico. Quién podría
contarte todo lo referente a esa casa es el mismo dueño: don Esteban Landa. Si
aceptas el caso puedo ponerte en contacto, de inmediato con él.
—Déjame pensarlo un poco. En estos momentos tengo
algunos proyectos entre manos y me gustaría terminarlos antes de decidirme por
algo más.
—Te he llamado por tres razones, en realidad. La
primera es que necesitas unas vacaciones, la segunda porque deberías visitar tu
país de origen con ese objetivo primero y la tercera, porque el caso se me
antoja similar a lo que tú dices en tus libros acerca de los mundos paralelos.
El interés de Néstor pareció avivarse.
—¿Por qué dices eso?
—No creas que no leo lo que escribes, amigo –sonrió
porque había encontrado lo que buscaba para interesarlo—. Según tus teorías, el
mundo material, o lo que perciben nuestros sentidos no es lo único que existe.
No te olvides que nosotros, en la agencia, también nos dedicamos a cazar
fantasmas.
Al decir fantasmas,
John King había hecho las comillas con el dedo índice y medio de ambas manos.
—Y en tus teorías, mencionas la existencia de
mundos paralelos a éste que no son visibles a nuestros ojos, pero que hay
suficientes pruebas para verificar su existencia. Como por ejemplo las
grabaciones captadas en cámaras de video o de audio.
—Bueno, sí. ¿Y qué tiene de particular este caso?
–miró de nuevo la hoja.
Eran las tres de la tarde y afuera hacía frío.
Había comenzado noviembre y la temporada helada, en Missouri parecía haber
llegado ya. El local era agradable y caliente e invitaba a quedarse un poco más
en él.
—Por lo que he logrado comprender, por lo que me
cuenta don Esteban, la casa parece un portal a un mundo de esos de los que
hablas en tus libros.
—¿Por qué crees eso?
—Desaparecen cosas y personas… así. ¡Puff! –dio un
chasquido con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda. Era zurdo.
—Por lo general siempre aparecen, después de un
tiempo ¿No?
—En este caso. No. Ha pasado más de un año desde
que desapareció una persona y una maleta conteniendo material de investigación
y no ha aparecido nada. A la fecha han dado por desaparecido tanto a la persona
como a la maleta.
Néstor, que, en efecto, escribía sobre los mundos
paralelos y a quien se le consideraba un poco excéntrico (por no decir loco)
con la temática la cual se extendía por más de veinte libros a lo largo de sus
veinte años de llevar tratándola, le interesaban este tipo de cosas. Pero ya no
las tomaba muy a la ligera. Ya había tenido muchos chascos al respecto.
—Sí… —dijo con desgana—. Debe ser otro truco para
vender la casa o algo así… ya ha ocurrido muchas veces. A muchas personas les
interesan tanto esos temas que suelen apasionarse en la compra de objetos
supuestamente embrujados.
—Lo sé. Ya nos ha pasado muchas veces, pero hay
algo en esa casa que hasta me da miedo.
—¿Por eso no has aceptado el caso?
—No, en realidad es por lo que te comentaba al
principio: la movilidad a Honduras y todo eso…
Pero en su mirada, Néstor, pudo captar esa verdad
oculta del miedo. Su amigo tenía miedo, pero negaría lo contrario, aunque lo
torturaran. Lo conocía desde hacía más de quince años.
—Hagamos algo –dijo al fin Néstor tomando la hoja—
voy a ponerme en contacto con… —miró el nombre en la hoja— don Esteban Landa y
si me interesa lo que me cuente te lo hago saber.
—Me parece estupendo.
La ronda de cervezas y cigarrillos se terminó media
hora después.
Se despidieron y cada quien tomó por su rumbo: John
King hacia sus oficinas y Néstor a su apartamento.
***
Néstor Vladimir Alvarado Escobar tenía cuarenta y
cuatro años, pero había empezado a apasionarse por la teoría de los mundos
paralelos después de haber asistido a una conferencia de Hugh Everett en mil
novecientos cincuenta y siete, cuando contaba apenas con veintiún años.
Por aquella época, Hugh Everett acababa de lanzar
su teoría y el revuelo levantado se había mantenido durante más de una época,
generando estudios y comentarios adversos. A Néstor aquellas ideas de los
campos cuánticos, y la teoría de cuerdas posterior le había fascinado. Pero no
por sus consecuencias en el mundo real sino por lo que podría significar en
cuanto a la penetración física hacia esos mundos.
Poco a poco, y después de haber leído centenares de
escritos al respecto había estado en posibilidad de crear sus propias teorías
al respecto. Teorías que de inmediato le parecieron plausibles de comprobación
si se cumplían ciertas circunstancias.
Escribió su primer libro al respecto en mil
novecientos sesenta a la edad de veinticuatro años. De inmediato, como sucedía
con la mayoría de temas al respecto, los críticos científicos se habían lanzado
a destrozar sus ideas. Críticas a favor y en contra cundieron aquí y allá. Y
eso le dio cierta fama a sus ideas. Fama que para él no era más que un medio
para dedicarse de lleno a su pasión: la escritura del tema.
Había nacido en Honduras, pero sus padres, muy
jóvenes en mil novecientos cuarenta, cuando él apenas tenía cuatro años de
edad, habían conseguido una oportunidad de trabajo en Canadá y hacia allá se
habían marchado llevándole con ellos. En Canadá apenas habían permanecido un
año y al siguiente se habían convertido en transeúntes del Norte, trabajando no
más de dos años en distintas localidades del país del norte. Cuando él cumplió
diecisiete años ya conocía todo Estados Unidos y sus múltiples escuelas, pero
donde más le había gustado estar había sido en un pueblito tranquilo del sur
del estado de Missouri llamado Noel, en el condado de McDonald.
Cuando cumplió veinte años ya tenía su propia
carrera y sus padres, como lo habían hecho durante toda su vida, se
desentendieron de él y le echaron volar por donde quisiera. Él, independiente
toda su vida, gracias a que pasaba la mayor parte del tiempo solo, había
escogido una carrera de esas que no es necesario estar rodeado de personas y
tampoco depender de un jefe inmediato: era traductor y editor.
Manejaba el inglés y el español con gran soltura,
tanto al hablarlo como al escribirlo y eso le dio la ventaja de volverse un
traductor muy eficaz tanto del idioma inglés al español como del español al
inglés. Y antes de volverse el mismo escritor había realizado muchos trabajos
de edición y traducción para pequeños y grandes escritores en ambos idiomas.
Le iba bien en lo económico y había comprado una
casita muy bonita a la orilla del río Elk en Noel, Missouri. Viajaba
continuamente a Missouri, por asuntos de trabajo, pero jamás se quedaba allá,
siempre regresaba al que consideraba su pueblo.
Había tenido alguna que otra aventura amorosa, pero
no se había atado a ninguna mujer. Consideraba su independencia su más grande
tesoro y dedicaba su tiempo a su pasión: la comprobación de los mundos
paralelos.
Y aunque de vez en cuando era invitado a dar
conferencias acerca del tema de los mundos paralelos seguía comprobando su
total imposibilidad (como a la mayoría de teóricos), de comprobar sus teorías.
Había llegado a la conclusión que jamás lograría cerrar su trabajo de vida sino
lograba encontrar una manera física de llegar a esos mundos paralelos que tanto
afirmaba que existían.
Muchos teóricos sobre los mundos paralelos,
llegaban a la conclusión de que jamás se comprobarían sus teorías, por lo menos
en el siglo veinte, a menos que se inventaran aparatos tecnológicos capaces de
captar esa materia oscura, o antimateria que parecía ser la materia de los
mundos paralelos.
Pero, según sus propias teorías, las cuales había
mezclado con las de muchos místicos del oriente y del occidente, y las cuales
creía a pie juntillas, dependían más que de aparatos tecnológicos, de encontrar
los puntos adecuados de la tierra donde sucedían cosas inexplicables, como por
ejemplo el Triángulo de las Bermudas que era una puerta inmensa hacia aquellos
mundos paralelos.
Esos puntos adecuados estaban diseminados por todo
el mundo, pero casi todos estaban siendo estudiados por muchos buscadores de la
verdad y eran muy celosos con los puntos y con sus estudios. Así que tenía que
encontrar su propio punto adecuado. Hasta el momento dicho lugar se le había
negado. Y cuando creía haberlo encontrado, de inmediato de desengañaba. Como
había dicho John levantando las comillas, eran fantasmas. Nada más.
Llevaba más de veintitrés años en la investigación
de esos mundos paralelos que nunca había visto, pero que estaba convencido que
existían. Ahora tenía cuarenta y cuatro años, la mitad de su vida, ya que
esperaba vivir hasta los ochenta, por lo menos, pero no veía por donde podría
llegar hasta esos mundos paralelos.
***
Salió de San Luis, donde había tenido la entrevista
con su amigo, a las cuatro de la tarde. Llegó a Noel, después de las doce de la
noche. Se había detenido en varios lugares para comprar algunas cosas y ahora
llegaba con bastantes provisiones para el fin de año. Tenía muchos “amigos” en
el mundo editorial y tenía que hacerles llegar sus agradecimientos con algunas
botellas de vino, dulces y cositas así.
Su casa estaba justo antes de entrar a Noel. A unos
quinientos metros de distancia del puente de entrada, a la izquierda, doblaba
por la carretera de tierra y luego avanzaba medio kilómetro antes de llegar
ante ella.
Eran el amanecer del siguiente día y estaba
cansado.
Apenas dejó el automóvil en el porche que no era
más que un techo bajo pegado a la izquierda de la casa, y se dirigió a su
dormitorio apagando las luces en su paso a la segunda planta.
Y ocurrió lo que ocurría siempre: el sueño se le
pasó apenas colocó la cabeza en la almohada. Se levantó y se metió al estudio.
El estudio estaba pegado al dormitorio y sólo atravesó una puerta para llegar a
él. Encendió las luces y miró las paredes atestadas de libros. Sobre el
escritorio estaba su último libro publicado: los mundos paralelos y el alma humana.
En un lugar especial, que no era más que un estante
de caoba estaban sus otros libros publicados los cuales siempre partían de los
mundos paralelos. De hecho, él había iniciado aquella colección con la
esperanza de que algún día uno se llamara la vida en los mundos paralelos.
Títulos como: los mundos paralelos y la vida en la
Tierra, los mundos paralelos y la materia, los mundos paralelos y cómo
encontrarlos, los mundos paralelos y el amor, los mundos paralelos y la
existencia humana… entre otros habían sido los más rentables hasta el momento.
El último los mundos paralelos y el alma humana no había sido muy bien
recibido, sobre todo por el gremio religioso. Apenas llevaba un mes publicado y
ya había recibido más de doscientas cartas considerándolo un hereje, un ateo y
un montón de cosas más. Según los religiosos no se podía poner en duda las
enseñanzas de los grandes iniciados.
Se sentó enfrente de la máquina de escribir
eléctrica y la encendió. El zumbido del motorcito del aparato parecía el
zumbido de una abeja enojada. Colocó una página en blanco y la preparó para la
escritura.
¿Qué más podría escribir de lo que ya había escrito
acerca de los mundos paralelos?
No se le ocurrió nada.
Quizás, por fin, después de tanto libro, había
agotado el tema.
Pero no, no lo había agotado. Aún faltaba el último
paso que era la comprobación de las hipótesis.
Se sentía harto de escribir lo mismo por mucho que
lo apasionara. Mientras no diera el siguiente paso seguiría en lo mismo. ¿Pero
cómo hacerlo? ¿Cómo dar ese siguiente paso?
Se apoyó en el respaldo de la silla y colocó ambas
manos entrelazadas detrás de la nuca. Miró hacia el cielo de la habitación. Las
ventanas estaban cerradas, pero desde el exterior, le llegaba el suave sonido
del agua sobre el río el cual estaba a unos cuantos metros de allí.
—¿Y ahora qué? –le preguntó al techo.
El techo, por supuesto, no le contestó.
Como un gato encerrado en una jaula, sus
pensamientos, se pusieron a dar vueltas sobre el mismo punto: la realidad de
los mundos paralelos. Y aunque nunca los había visto, estaba seguro de que
existían. Vaya que sí. Muchas veces, en esos engaños que le había comentado a
su amigo John, había estado convencido de alcanzarlos. Y la desilusión siempre
le había sido enviada por algún dios nada compasivo.
¿Qué sí creía en Dios? Claro que sí. Pero no de la
forma en la cual le daban cara las religiones. ¿Sí creía en la vida después de
la muerte? Claro que sí, pero no en un cielo en un infierno. ¿Creía en los
mundos paralelos? Por supuesto que sí, así como creía en las otras cosas.
Miró de nuevo hacia el estante especial donde
estaban sus obras. Todas, si lo aceptaba con el corazón, eran como las obras de
muchos escritores: giraban sobre la misma temática sin llegar a ningún lugar.
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