miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 1



«Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba.»
El Kybalion.


1980
—Es un trabajo sencillo. Nosotros hemos estado rechazándolo por los gastos que implica moverse hasta Honduras, la estadía y todo eso. Pero si te interesa.
Néstor Alvarado miró de nuevo la hoja que su amigo le había puesto en las manos.
“Posible casa encantada, El Ocotal, Francisco Morazán, Honduras, C. A”
—Don Esteban, el dueño de la casa, nos ha estado insistiendo para que vayamos a Honduras y arreglemos ese asunto. Su última llamada fue apenas hace un par de semanas. No creas que no hemos querido ayudarle con eso, pero como te digo, el problema es los gastos que implica… él dice que no nos preocupemos por eso, pero ya sabes cómo son los muchachos del equipo: quisquillosos. Además, pensé en ti, porque sé que tú eres de Honduras. Quizás quieras darte una vuelta por tu país.
—No es mala idea. Salí tan pequeño de Honduras…
Los dos hombres estaban sentados, uno frente al otro, en uno de los bares cercanos a las oficinas donde se encontraba el despacho de una de las más famosas compañías norteamericanas de caza de fenómenos paranormales. De la cual, John King, era el dueño e inversionista principal.
—Allí está –exclamó King dando un manotazo sobre la mesita donde saltaron la salsa y la sal.
La mesera, que en ese momento estaba atendiendo a unos clientes al fondo del local, se volvió y o miró con algo de consternación.
—Lo siento –se disculpó John King.
La mujer siguió en lo suyo sin dejar de tener el ceño fruncido.
—¿Entonces lo aceptas? –dijo esperanzador a su amigo.
—No lo sé… cuéntame más del caso.
—Bueno… lo único que sé es que parece ser una verdadera casa encantada. Se habla de desapariciones misteriosas, de sombras que, a plena luz del día, reptan por sobre los tejados o entre las hierbas del jardín. Muchos, hablan de olores fétidos… ya sabes: lo típico. Quién podría contarte todo lo referente a esa casa es el mismo dueño: don Esteban Landa. Si aceptas el caso puedo ponerte en contacto, de inmediato con él.
—Déjame pensarlo un poco. En estos momentos tengo algunos proyectos entre manos y me gustaría terminarlos antes de decidirme por algo más.
—Te he llamado por tres razones, en realidad. La primera es que necesitas unas vacaciones, la segunda porque deberías visitar tu país de origen con ese objetivo primero y la tercera, porque el caso se me antoja similar a lo que tú dices en tus libros acerca de los mundos paralelos.
El interés de Néstor pareció avivarse.
—¿Por qué dices eso?
—No creas que no leo lo que escribes, amigo –sonrió porque había encontrado lo que buscaba para interesarlo—. Según tus teorías, el mundo material, o lo que perciben nuestros sentidos no es lo único que existe. No te olvides que nosotros, en la agencia, también nos dedicamos a cazar fantasmas.
Al decir fantasmas, John King había hecho las comillas con el dedo índice y medio de ambas manos.
—Y en tus teorías, mencionas la existencia de mundos paralelos a éste que no son visibles a nuestros ojos, pero que hay suficientes pruebas para verificar su existencia. Como por ejemplo las grabaciones captadas en cámaras de video o de audio.
—Bueno, sí. ¿Y qué tiene de particular este caso? –miró de nuevo la hoja.
Eran las tres de la tarde y afuera hacía frío. Había comenzado noviembre y la temporada helada, en Missouri parecía haber llegado ya. El local era agradable y caliente e invitaba a quedarse un poco más en él.
—Por lo que he logrado comprender, por lo que me cuenta don Esteban, la casa parece un portal a un mundo de esos de los que hablas en tus libros.
—¿Por qué crees eso?
—Desaparecen cosas y personas… así. ¡Puff! –dio un chasquido con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda. Era zurdo.
—Por lo general siempre aparecen, después de un tiempo ¿No?
—En este caso. No. Ha pasado más de un año desde que desapareció una persona y una maleta conteniendo material de investigación y no ha aparecido nada. A la fecha han dado por desaparecido tanto a la persona como a la maleta.
Néstor, que, en efecto, escribía sobre los mundos paralelos y a quien se le consideraba un poco excéntrico (por no decir loco) con la temática la cual se extendía por más de veinte libros a lo largo de sus veinte años de llevar tratándola, le interesaban este tipo de cosas. Pero ya no las tomaba muy a la ligera. Ya había tenido muchos chascos al respecto.
—Sí… —dijo con desgana—. Debe ser otro truco para vender la casa o algo así… ya ha ocurrido muchas veces. A muchas personas les interesan tanto esos temas que suelen apasionarse en la compra de objetos supuestamente embrujados.
—Lo sé. Ya nos ha pasado muchas veces, pero hay algo en esa casa que hasta me da miedo.
—¿Por eso no has aceptado el caso?
—No, en realidad es por lo que te comentaba al principio: la movilidad a Honduras y todo eso…
Pero en su mirada, Néstor, pudo captar esa verdad oculta del miedo. Su amigo tenía miedo, pero negaría lo contrario, aunque lo torturaran. Lo conocía desde hacía más de quince años.
—Hagamos algo –dijo al fin Néstor tomando la hoja— voy a ponerme en contacto con… —miró el nombre en la hoja— don Esteban Landa y si me interesa lo que me cuente te lo hago saber.
—Me parece estupendo.
La ronda de cervezas y cigarrillos se terminó media hora después.
Se despidieron y cada quien tomó por su rumbo: John King hacia sus oficinas y Néstor a su apartamento.

***

Néstor Vladimir Alvarado Escobar tenía cuarenta y cuatro años, pero había empezado a apasionarse por la teoría de los mundos paralelos después de haber asistido a una conferencia de Hugh Everett en mil novecientos cincuenta y siete, cuando contaba apenas con veintiún años.
Por aquella época, Hugh Everett acababa de lanzar su teoría y el revuelo levantado se había mantenido durante más de una época, generando estudios y comentarios adversos. A Néstor aquellas ideas de los campos cuánticos, y la teoría de cuerdas posterior le había fascinado. Pero no por sus consecuencias en el mundo real sino por lo que podría significar en cuanto a la penetración física hacia esos mundos.
Poco a poco, y después de haber leído centenares de escritos al respecto había estado en posibilidad de crear sus propias teorías al respecto. Teorías que de inmediato le parecieron plausibles de comprobación si se cumplían ciertas circunstancias.
Escribió su primer libro al respecto en mil novecientos sesenta a la edad de veinticuatro años. De inmediato, como sucedía con la mayoría de temas al respecto, los críticos científicos se habían lanzado a destrozar sus ideas. Críticas a favor y en contra cundieron aquí y allá. Y eso le dio cierta fama a sus ideas. Fama que para él no era más que un medio para dedicarse de lleno a su pasión: la escritura del tema.
Había nacido en Honduras, pero sus padres, muy jóvenes en mil novecientos cuarenta, cuando él apenas tenía cuatro años de edad, habían conseguido una oportunidad de trabajo en Canadá y hacia allá se habían marchado llevándole con ellos. En Canadá apenas habían permanecido un año y al siguiente se habían convertido en transeúntes del Norte, trabajando no más de dos años en distintas localidades del país del norte. Cuando él cumplió diecisiete años ya conocía todo Estados Unidos y sus múltiples escuelas, pero donde más le había gustado estar había sido en un pueblito tranquilo del sur del estado de Missouri llamado Noel, en el condado de McDonald.
Cuando cumplió veinte años ya tenía su propia carrera y sus padres, como lo habían hecho durante toda su vida, se desentendieron de él y le echaron volar por donde quisiera. Él, independiente toda su vida, gracias a que pasaba la mayor parte del tiempo solo, había escogido una carrera de esas que no es necesario estar rodeado de personas y tampoco depender de un jefe inmediato: era traductor y editor.
Manejaba el inglés y el español con gran soltura, tanto al hablarlo como al escribirlo y eso le dio la ventaja de volverse un traductor muy eficaz tanto del idioma inglés al español como del español al inglés. Y antes de volverse el mismo escritor había realizado muchos trabajos de edición y traducción para pequeños y grandes escritores en ambos idiomas.
Le iba bien en lo económico y había comprado una casita muy bonita a la orilla del río Elk en Noel, Missouri. Viajaba continuamente a Missouri, por asuntos de trabajo, pero jamás se quedaba allá, siempre regresaba al que consideraba su pueblo.
Había tenido alguna que otra aventura amorosa, pero no se había atado a ninguna mujer. Consideraba su independencia su más grande tesoro y dedicaba su tiempo a su pasión: la comprobación de los mundos paralelos.
Y aunque de vez en cuando era invitado a dar conferencias acerca del tema de los mundos paralelos seguía comprobando su total imposibilidad (como a la mayoría de teóricos), de comprobar sus teorías. Había llegado a la conclusión que jamás lograría cerrar su trabajo de vida sino lograba encontrar una manera física de llegar a esos mundos paralelos que tanto afirmaba que existían.
Muchos teóricos sobre los mundos paralelos, llegaban a la conclusión de que jamás se comprobarían sus teorías, por lo menos en el siglo veinte, a menos que se inventaran aparatos tecnológicos capaces de captar esa materia oscura, o antimateria que parecía ser la materia de los mundos paralelos.
Pero, según sus propias teorías, las cuales había mezclado con las de muchos místicos del oriente y del occidente, y las cuales creía a pie juntillas, dependían más que de aparatos tecnológicos, de encontrar los puntos adecuados de la tierra donde sucedían cosas inexplicables, como por ejemplo el Triángulo de las Bermudas que era una puerta inmensa hacia aquellos mundos paralelos.
Esos puntos adecuados estaban diseminados por todo el mundo, pero casi todos estaban siendo estudiados por muchos buscadores de la verdad y eran muy celosos con los puntos y con sus estudios. Así que tenía que encontrar su propio punto adecuado. Hasta el momento dicho lugar se le había negado. Y cuando creía haberlo encontrado, de inmediato de desengañaba. Como había dicho John levantando las comillas, eran fantasmas. Nada más.
Llevaba más de veintitrés años en la investigación de esos mundos paralelos que nunca había visto, pero que estaba convencido que existían. Ahora tenía cuarenta y cuatro años, la mitad de su vida, ya que esperaba vivir hasta los ochenta, por lo menos, pero no veía por donde podría llegar hasta esos mundos paralelos.

***

Salió de San Luis, donde había tenido la entrevista con su amigo, a las cuatro de la tarde. Llegó a Noel, después de las doce de la noche. Se había detenido en varios lugares para comprar algunas cosas y ahora llegaba con bastantes provisiones para el fin de año. Tenía muchos “amigos” en el mundo editorial y tenía que hacerles llegar sus agradecimientos con algunas botellas de vino, dulces y cositas así.
Su casa estaba justo antes de entrar a Noel. A unos quinientos metros de distancia del puente de entrada, a la izquierda, doblaba por la carretera de tierra y luego avanzaba medio kilómetro antes de llegar ante ella.
Eran el amanecer del siguiente día y estaba cansado.
Apenas dejó el automóvil en el porche que no era más que un techo bajo pegado a la izquierda de la casa, y se dirigió a su dormitorio apagando las luces en su paso a la segunda planta.
Y ocurrió lo que ocurría siempre: el sueño se le pasó apenas colocó la cabeza en la almohada. Se levantó y se metió al estudio. El estudio estaba pegado al dormitorio y sólo atravesó una puerta para llegar a él. Encendió las luces y miró las paredes atestadas de libros. Sobre el escritorio estaba su último libro publicado: los mundos paralelos y el alma humana.
En un lugar especial, que no era más que un estante de caoba estaban sus otros libros publicados los cuales siempre partían de los mundos paralelos. De hecho, él había iniciado aquella colección con la esperanza de que algún día uno se llamara la vida en los mundos paralelos.
Títulos como: los mundos paralelos y la vida en la Tierra, los mundos paralelos y la materia, los mundos paralelos y cómo encontrarlos, los mundos paralelos y el amor, los mundos paralelos y la existencia humana… entre otros habían sido los más rentables hasta el momento. El último los mundos paralelos y el alma humana no había sido muy bien recibido, sobre todo por el gremio religioso. Apenas llevaba un mes publicado y ya había recibido más de doscientas cartas considerándolo un hereje, un ateo y un montón de cosas más. Según los religiosos no se podía poner en duda las enseñanzas de los grandes iniciados.
Se sentó enfrente de la máquina de escribir eléctrica y la encendió. El zumbido del motorcito del aparato parecía el zumbido de una abeja enojada. Colocó una página en blanco y la preparó para la escritura.
¿Qué más podría escribir de lo que ya había escrito acerca de los mundos paralelos?
No se le ocurrió nada.
Quizás, por fin, después de tanto libro, había agotado el tema.
Pero no, no lo había agotado. Aún faltaba el último paso que era la comprobación de las hipótesis.
Se sentía harto de escribir lo mismo por mucho que lo apasionara. Mientras no diera el siguiente paso seguiría en lo mismo. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo dar ese siguiente paso?
Se apoyó en el respaldo de la silla y colocó ambas manos entrelazadas detrás de la nuca. Miró hacia el cielo de la habitación. Las ventanas estaban cerradas, pero desde el exterior, le llegaba el suave sonido del agua sobre el río el cual estaba a unos cuantos metros de allí.
—¿Y ahora qué? –le preguntó al techo.
El techo, por supuesto, no le contestó.
Como un gato encerrado en una jaula, sus pensamientos, se pusieron a dar vueltas sobre el mismo punto: la realidad de los mundos paralelos. Y aunque nunca los había visto, estaba seguro de que existían. Vaya que sí. Muchas veces, en esos engaños que le había comentado a su amigo John, había estado convencido de alcanzarlos. Y la desilusión siempre le había sido enviada por algún dios nada compasivo.
¿Qué sí creía en Dios? Claro que sí. Pero no de la forma en la cual le daban cara las religiones. ¿Sí creía en la vida después de la muerte? Claro que sí, pero no en un cielo en un infierno. ¿Creía en los mundos paralelos? Por supuesto que sí, así como creía en las otras cosas.
Miró de nuevo hacia el estante especial donde estaban sus obras. Todas, si lo aceptaba con el corazón, eran como las obras de muchos escritores: giraban sobre la misma temática sin llegar a ningún lugar.




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