“Es complicado –le había dicho para iniciar don
Esteban Landa, por teléfono, después de que él le pidiera que le contara todo
lo referente a La Casona”
—Tengo tiempo, no se preocupe –le había respondido
él sentado en la mesa de la cocina con el teléfono pegado a la oreja y una
deliciosa taza de chocolate en la otra.
Además, la cocina, en la planta baja tenía el
ventanal más grande de la casa y desde allí, con las cortinas corridas, se
veía, allá abajo, a unos treinta metros, el río corriendo apacible bajo los
rayos del sol de la mañana.
Había decidido, después de la una de la madrugada
hacerle la llamada a su compatriota y hacerle algunas preguntas específicas
sobre el caso. Pudiera ser. Después de eso había ido a la cama y se había
dormido casi de inmediato. Además, se había despertado casi a las ocho de la
mañana. Ahora se sentía mucho mejor con respecto a muchas cosas.
Don Esteban Landa, le había contestado al quinto
timbrazo y se habían presentado. Uno como el dueño de la supuesta casa
embrujada y el otro como la supuesta solución al embrujo.
“Todo comenzó, podría decirse –dijo con Esteban—,
después de la muerte de mi hermana. Ella vivía con mi padre en esa casa, y fue
encontrada hace nueve años muerta en su dormitorio. Según el parte forense fue
un ataque del corazón. Su rostro, cuando la encontró, nuestro padre, era de un
profundo horror. Como si lo que le provocara la muerte hubiera sido de una
magnitud espantosa. En mil novecientos setenta y cuatro, tres años después de
la muerte de mi hermana, murió nuestro padre. La casa, desde entonces, quedó
totalmente sola y sólo de vez en cuando la visitaba con mi familia. Dejamos de
hacerlo porque los niños, muy pequeños aún, parecían tenerle miedo a algo; en
especial una de nuestras nietas. Siempre parecía estar llorando de miedo y todo
comenzaba cuando llegábamos allá. Optamos entonces por no volver. La casa
estuvo abandonada durante unos cuantos años hasta el año pasado cuando
decidimos, con nuestra esposa, volver a recuperarla. Mandé a limpiar la parte
delantera pues el monte había crecido mucho. La persona que limpió salió
espantada de allí afirmando que había algo dentro de la casa que lo observaba. Y,
además, en el pueblo, durante todos aquellos años que permaneció abandonada,
comenzaron a contar cosas acerca de ella. Cosas como que allí se veían luces,
se escuchaban ruidos, y hasta salían malos olores del lugar. El año pasado,
después de la limpieza contraté una compañía que hace limpiezas de espíritus… o
fenómenos paranormales. Llegaron allá dos y sólo uno regresó. Según la persona
que regresó, su compañero entró en la casa y ya jamás salió. Después de esta
desaparición, se organizó una búsqueda completa de la zona sin resultados
positivos. He tratado de enviar más personas para limpiar o deshacerme de la
casas, pero nadie quiere… además, según los habitantes del pueblo que queda muy
cerca, cada vez que pasan muy cerca del lugar se siguen mirando formas,
escuchando sonidos raros y sobretodo se sienten malos olores… desde el año
pasado, no he vuelto allá… porque creo que lo que hay en el interior es algo
peligroso y no sé qué hacer… llamé a John King varias veces y varias veces me
prometió que pronto vendría… si usted puede ayudarnos. No sabemos qué hacer…”
Néstor Vladimir se quedó un momento en silencio
analizando la situación y la comparó con muchas otras que ya había creído con
posibilidades, pero que al final habían resultado un fiasco y suspiró.
—Déjeme pensarlo un poco –le dijo al hombre que
estaba del otro lado del teléfono.
“¿Usted es experto en cuestiones paranormales,
también?
—Más que fenómenos paranormales –dijo algo irritado—,
me dedico a comprobar algunas teorías sobre los mundos paralelos. Si dice que
ha desaparecido una persona dentro de la propiedad puede ser que allí se haya
abierto una puerta a dichos mundos… pero, no es seguro.
“¿Usted podría hacer algo para que eso no volviera
a suceder?
—No estoy seguro, pero… —respiró hondo—, si es una
puerta a otra dimensión, o a lo que se le llama mundos paralelos, podría servir
de algo mi presencia allí. Pero, lo que no puedo saber es si es una puerta…
“¿Y si fuera una puerta de esas… usted vendría?”
—Sí –dijo sin pensárselo.
“¿Y cómo podría saber si es una puerta de esas?”
Néstor se quedó en silencio un par de segundos más
antes de contestar.
—Una de las primeras pruebas… —se acordó de sus
propios escritos—, sería ver como algo es absorbido por esa puerta… pero como
usted dice ya nadie se quiere acercar a esa casa…
“Yo lo haré –dijo sin que le temblara la voz—,
puedo filmarlo… si quiere.”
Volvió a quedarse en silencio, meditando un poco
más.
Allá afuera, sobre el río, tres patos, surcaban las
aguas brillantes yendo corriente abajo, hacia el pueblo. Uno de los patos se
sumergió dejando por un momento sus patas palmeadas agitándose en la superficie
y luego se hundió. Los otros lo miraron y siguieron navegando. El pato
sumergido volvió a la superficie y siguió nadando hacia abajo hasta desaparecer
de la vista de Néstor. La ventana era amplia pero no tanto.
—Lamentaría mucho que le sucediera algo –le dijo al
fin—. Voy a pensarlo dos horas y luego le vuelvo a llamar con mi respuesta. ¿Le
parece?
“Esperaré”
***
Para poder pensar mejor, Néstor Vladimir, tenía un
método muy sencillo: salía a navegar el río en su kayak.
Eran las diez y quince de la mañana cuando colgó el
teléfono, eso quería decir que tenía hasta las doce y quince. Terminó de
tomarse su taza de chocolate y salió al cobertizo que estaba justo después del
estacionamiento del automóvil y sacó el kayak y un par de remos.
Vestido con su traje especial para hacer kayak, el
cual no le quedaba muy bien, por cierto, avanzó por la orilla del río hasta
unos cincuenta metros. Allí colocó el kayak y se subió sobre él.
Estuvo navegando de arriba abajo durante más de una
hora y media. Le hubiera gustado ser un pato para sumergirse y salir de nuevo
del agua con las ideas más claras.
Durante aquella hora y media pensó en todas las
cosas que había creído hasta aquel momento. Y no es que decidir ir o no a
Honduras fuera una decisión trascendental, pero si podía hacer la diferencia en
cuanto a la evolución de sus investigaciones sobre los mundos paralelos. En
realidad, a pesar del cansancio lógico de la temática, no era fácil de
concluirla. Eran muchos libros, muchos años, muchas conferencias suponiendo
algo que en realidad jamás nadie había logrado probar.
Quizás, ese era el miedo: comprobar la teoría. ¿Qué
quedaría después?
Cuando desembarcó a pocos pasos de su casa ya tenía
la decisión tomada.
Subió a su estudio a las doce del mediodía y llamó
a don Estaban Landa.
—Acepto –le dijo.
“Oh, excelente”
Se pusieron de acuerdo en el día de llegada y en
cuestiones de logística.
El plan era, como todo lo que hacía, muy sencillo:
partiría para Honduras la semana siguiente (antes tenía que hacer un par de
conferencias en un par de universidades del estado). Además, tenía que
asegurarse de tener todos los documentos en regla y todas las cuentas pagadas,
es decir todo solucionado.
Había regresado a Honduras, después de salir cuando
era pequeño, dos veces. Una a finales de los años sesenta y otra en mil
novecientos setenta y dos. Visitas rápidas a arreglar cuestiones legales de
herencias y legados de sus padres. Ambos muertos, hacía aquellas épocas.
No volver a Honduras, después de la muerte de su
padre, había sido una promesa que ahora iba a romper. Bueno, eso también era
parte de la vida: no cumplir promesas. Además, él no tenía a nadie a quien
explicarle sus entradas y salidas de donde fuera.
Los siguientes días fueron corriendo uno tras otro
de la misma manera: rutinarios.
Dio sus dos conferencias y como siempre vendió
algunos libros en la salida. Promovió sus libros anteriores y recibió las
mismas preguntas de siempre. Y entre esas preguntas de siempre estaba la de las
pruebas de la existencia de esos mundos paralelos. Había estado a punto de responder
a esa pregunta que pronto tendría dichas pruebas. Pero se había mordido los
labios y guardado un respetuoso silencio.
Entre las muchas visitas que hizo en esos días fue
donde don Richard, un señor de una edad muy avanzada que durante muchos años
llevaba haciendo reparaciones a su casa. Además, cuando hacía viajes muy
largos, era el encargado de mantener todo en orden en la casa.
—¿Va muy lejos? –le preguntó éste.
—En realidad, no. Apenas a mi país de nacimiento.
—¿América del Sur?
—No, América Central. Honduras.
—Ah, ya.
—Así es don Richard. Voy para allá.
—¿Volverá pronto?
—Eso es lo que no sé. Posiblemente sí, o quizás no.
Ya sabe cómo es esto de vivir. Un día estamos vivos y mañana… yo siempre trato
de vivir al día y no esperar mucho del mañana.
Era una vil mentira porque quería vivir hasta los
ochenta, pero no le costaba nada presumir sobre el futuro.
—Es probable que sólo me vaya un par de semanas.
Por favor dele una vuelta a la casa por las tardes. Y si se crece un poco la
hierba del jardín, o la nieve está muy gruesa en la entrada que les eche una
mano.
—No se preocupe señor Néstor. No se preocupe.
Había ido a la casa de Richard quien vivía en una
casa muy antigua y poco arreglada después del puente de entrada a Noel. De
hecho, desde allí, si uno se metía entre la hierba y encontraba un lugar
despejado, y miraba hacia el río, podía ver el techo de su casa allá a lo
lejos.
—Tome.
Le entregó un sobre con dinero.
El hombre lo tomó y vio adentro.
—Es mucho.
—Son sus navidades, de paso, por si no he regresado
para finales de año.
—Sí que planea estarse su buen tiempo por allá.
—No mucho, pero como le dije antes, a veces uno no
sabe que le puede deparar el futuro. Si recuerdo algo que se me haya olvidado
decirle le llamaré desde Honduras.
—No se preocupe, estaré pendiente de todo.
—Recuerde que en una de los maceteros del patio hay
una llave por si necesita entrar a la casa. Siempre bajó los interruptores
cuando salgo durante mucho tiempo, pero por si acaso necesita encender la
calefacción. Se acercan los días más crudos y siempre es importante saber que
todo funciona bien. Es más, me gustaría que cada día, por lo menos durante
media hora, encendiera la calefacción y dejara correr un poco el agua en los
grifos, sólo para que no se oxiden.
—Está bien. No tenga cuidado. Y ¿Si le sucede algo,
como usted mismo dice, ya tiene listo todas sus pertenencias? Es decir ¿Ya
tienen un testamento?
Aquello lo agarró por sorpresa. Pero era cierto.
Casi nunca se ponía a pensar en aquello, pero era cierto. ¿A quién le quedarían
todas sus pertenencias: la casa, los ahorros, los derechos de autor...?
Regresó a casa, aquella tarde, dos días antes del
viaje, pensando en aquello.
Subió a su estudio e hizo un inventario de todas
sus pertenencias: la casa, los ahorros, los libros. Nadie a quien dejarle todo
aquello en caso de accidente, o de muerte. A nadie a quien legarle sus cosas.
Llamó a su abogada y le preguntó:
—Hola, Carol. Tengo algunas preguntas legales para
ti.
“Dime”
—Sé que mi casa, mi auto y todas mis posesiones
materiales están aseguradas, pero si algo me sucediera, Dios no lo quiera, y no
tengo parientes… ni nada por el estilo a quien asignar todo eso ¿A dónde iría a
parar?
“Al condado de McDonald, en este caso que es donde
vives”
—Ah, ya ¿Y cuánto tiempo tendría que pasar antes de
que le cayeran encima legalmente?
“Bueno, si murieras y tu muerte estuviera
confirmada, de inmediato. Quizás un par de meses después de tu muerte”
—Pero si desapareciera. Es decir, si mi cuerpo no
fuera encontrado. O yo quedara en coma, o algo así que no demuestre mi muerte
física.
“En ese caso se te asignaría un abogado el cual
sería el encargado de llevar todas tus posesiones como un albacea o algo así
como un administrador de todos tus bienes”.
—¿Y si yo designara a ese abogado con antelación?
“Sí, es posible. Siempre y cuando lo hagas sobre un
papel legal ante testigos”.
—¿Puedes ser tú mi abogada designada?
“No tendría ningún inconveniente. Pero dime ¿Estás
pensando en algo arriesgado donde arriesgarás tu vida o algo así?”
—En realidad, no. Pero voy para Honduras en dos
días y me hicieron una pregunta que me puso a pensar en lo que pasaría si
muriera sin dejar a alguien encargado de mis bienes. Ya sabes… y por eso quiero
estar seguro de todo. No quiero dejar nada al azar. Ya sabes que soy un solitario
hombre en las selvas de Missouri y me gustaría tener todo arreglado de alguna
forma que si caigo en coma o me sucede algo todo lo que he hecho en mi vida
quedé en buenas manos.
“Si te vas para Honduras dentro de dos días podemos
firmar los papeles mañana. Podemos reunirnos en tu casa o puedes tu venir a
Pineville”.
—Lo segundo. ¿A qué horas crees que estará listo
todo?
“Como a las dos de la tarde. Sólo consíguete a dos
testigos para la firma”.
—Ok. A esa hora estaré en tu oficina con los dos
testigos. Hasta mañana.
“Hasta mañana y no andes pensando en cosas malas”
Colgó y se puso a pensar en cosas buenas.
Llevaba más de veinte años en la investigación
sobre la misma temática, haciendo traducciones y ediciones para muchos
escritores, escribiendo sus propios libros y sentía que después de todo como
había dicho John King: necesitaba unas buenas vacaciones.
Llamó a John King para informarle:
—Acepté el trabajo en Honduras.
“Ok. Te lo agradezco. Así me quitaré al señor Landa
de encima”
—Sí, de una vez.
“Dime antes de que cuelgues ¿Crees que sea una de
esas famosas puertas que dices que existen para los mundos paralelos?”
—Así parece, aunque no estoy muy convencido. Lo
comprobaré al estar allá. Pero, de todos modos, gracias amigo. Es una buena
oportunidad para avanzar de la teoría a lo práctico de una buena vez.
“Ten mucho cuidado y sigue las mismas normas que
dices en tus libros. Recuerda el oxígeno un buen equipo de supervivencia y
sobretodo, ten en cuenta que el tiempo, allí, corre de otro modo”.
—¡Oye! Si has leído mis libros…
“Claro que sí, hombre. Nos ayudan mucho en esto de
andar cazando fantasmas”
—Bueno, por lo menos.
“Sólo cuídate y disfruta de las vacaciones en tu
tierra. Espero que logres encontrar eso que tanto buscas”
—Yo también lo espero. Gracias.
Esa llamada la había hecho por la noche, antes de
hacer una especie de inventario de sus cosas personales. Eso le había pedido
que hiciera Carol para la firma de los documentos.
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