miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 7





9 de noviembre de 1962, viernes
Arum. Ese es el nombre del mundo invisible. O por lo menos ese fue el primer sonido que llegó a mí desde el espeso bosque.
Además, corre por mi cabeza la idea de que ese mundo…
Me trajeron el oxígeno ayer por la tarde: tres depósitos. Eso me durará por lo menos un par de horas si puedo administrarlos bien.
A las nueve de la mañana, después de desayunar, he vuelto a Arum. ¿Y porque le digo Arum? Porque ese fue el primer sonido que escuché allá en el bosque. Creo que, el mundo invisible está habitado.
Entré con la misma vestimenta de siempre: botas altas, el traje de hombre rana, el oxígeno y la linterna. Sólo que ahora llevé la pistola de seis tiros.
Apenas entré rodeé el grueso tronco del roble y comencé a andar en línea recta entre miles de árboles de todos los tamaños. Era de día, quizás la misma hora que acá: las nueve de la mañana.
Soplaba una suave brisa. Lo sé porque un mechón de mi cabello había quedado fuera del material del traje de hombre rana y se movía insistente en contra de mis mejillas. Además, la temperatura era muy agradable, podía sentirla sobre mi piel.
Con la pistola en una mano y la linterna en una especie de carterita que he llevado me mentí, entonces entre los árboles. Siempre iba pendiente del reloj. El tiempo límite era el de una hora como máximo.
Traté de avanzar lo más rápido posible, porque, aunque ya he estado varias veces en ese lugar, siempre me emociona la sensación del descubrimiento. Quizás esto mismo sintieron los españoles al llegar a América, y más cuando se internaron entre las selvas tropicales sin saber lo que iban a encontrar.
Caminé, entonces, durante más de quince minutos entre un espeso bosque. Allí, como acá, son los mismos árboles. Distinguí entre los muchos que allí hay: pinos, robles, encinos… y estoy teniendo una leve sospecha acerca del lugar…
Cuando ya estaba a punto de salir a un claro del bosque escuché, con verdadero miedo, un sonido y fue ese: Arum.
Alguien, hacia ese ruido. Era como una bestia salvaje. O el sonido que producen los osos cuando están en celo. Por eso he llamado a ese mundo invisible Arum. Porque ese fue el primer sonido escuchado, provocado por algo.
Sentí deseos de darme la vuelta y salir corriendo de regreso a la puerta, pero me contuve. Respiré hondo y seguí avanzando. Me tardé unos cinco minutos, pues avanzaba muy despacio mirando hacia todos lados para no ser sorprendida, y llegué al claro.
Antes de asomarme le quité el seguro al arma y me asomé.
Reconozco que no soy experta en las ciencias naturales y apenas tengo el conocimiento anatómico que nos da la carrera de las artes, pero lo que vi allí no entra en ninguna de las ramas conocidas por la ciencia actual.
Allí, en el claro que era, en realidad un espacio como de un estadio de futbol abierto a propósito, había varios seres (porque no les puedo llamar de otra forma parecidos a los seres humanos porque tienen (no puedo hablar en tiempo pasado ni futuro porque siguen allí) extremidades inferiores y superiores. Pero las superiores (brazos y manos) son tan largas que estando erguidos como nosotros, alcanzan el suelo. Y sus piernas, a pesar de ser largas son simples: de una sola pieza, eso quiere decir que no tienen articulaciones. Su cabeza es enorme, como la mitad del cuerpo de tamaño. Ojos, dos como los nuestros, pero colocados uno encima del otro. Su boca un agujero que al mismo tiempo les sirve de respiradero. Orejas, no.
Y su color naranja. De inmediato recordé el color del suelo que es del mismo color y recordé, de paso, nuestro propio color que según las leyendas mayas es el del maíz, y según las leyendas bíblicas del barro.
Hacían ruidos y parecían comunicarse mediante ellos.
Eran de la misma especie y estaban distribuidos de forma desordenada en medio del claro. Emitían sonidos sin siquiera moverse. Parecían realizar una especie de ritual.
Y me hubiera quedado un poco más de no ser por dos motivos: el oxígeno estaba casi a la mitad y noté que uno de aquellos seres parecía haber olido algo pues agitaba, en medio de aquella enorme cabeza el orificio por donde comía y respiraba. Sus dos ojos, parecieron interesados, de repente por el sitio donde yo me encontraba oculta.
No lo pensé más. Di la vuelta y eché a andar de regreso al árbol. De vez en cuando echaba una mirada hacia atrás, casi segura, que alguno de aquellos seres había advertido mi presencia y había decidido investigar. Pero no. Nadie me siguió.
Regresé a esta tierra y ahora escribo esto con muchas ideas en mente. Una de esas ideas es que eso a lo que llamo mundo invisible no es más que una versión antigua o del futuro de esta misma tierra. ¿Por qué sospecho eso? Por las formas de aquellos seres y la vegetación. Es como si el mundo, antiguo o futuro se pudiera visitar mediante esos portales. Además, hay algo que me pareció conocido de estos lugares donde ahora habito, pero no logro que mi mente me recuerde él qué.

Martes, 13 de noviembre de 1962
He regresado allá al claro.
No había nada esta vez y pude adentrarme en él. Trataba de encontrar alguna huella, algún indicio de la presencia de aquellos seres. Lo que encontré fue uno de sus cadáveres. Estaba a un lado del claro.
Cuando lo vi sentí ganas de vomitar. Se había descompuesto de una manera tan rápida como el mismo gato de mi experimento. Además, pude comprobar que miden más de dos metros de altura.
Tuve que regresar de inmediato porque me pareció escuchar un ruido muy cerca. Al final no fue nada, pero es peligroso. No sé qué me harían los seres de ese lado si descubrieran que alguien fuera de su hábitat se ha introducido. Me gustaría saber de qué se alimentan. Si hay otro tipo de animales. O un tipo de civilización.
No sé. Quizás más adelante lo sepa. O nunca.

29 de noviembre, 1962
Hoy casi me atrapa un animal salvaje de aquel mundo invisible.
He pintado algunos cuadros inspirándome en aquel lugar. He tomado fotografías para no equivocarme. Las fotografías están en el álbum.
Hoy, sin saberlo, llegué allá en la madrugada. Son tiempos distintos, o parecidos. Allá parece ir todo más rápido.
Encendí la luz de la linterna y creo que ese fue mi error. Los seres de esas latitudes no están acostumbradas a tales sutilezas.
Estaba caminando por los alrededores recolectando hojas, piedras y demás cosas recolectables en una cesta para comprobar mi teoría acerca de que son las mismas cosas que tenemos de este lado. La mascarilla de oxígenos a veces confunde los sonidos del exterior con los de mi propia respiración y eso pensé que era al principio lo que estaba escuchando.
Sentí que el corazón se detenía en el interior de mi pecho cuando vi una sombra correr a gran velocidad hacia mí entre los árboles. Sus ojos eran blancos y emitía al avanzar un ronroneo similar al de los gatos. Parecía estar a unos veinte metros cuando lo noté. No pude más que ponerme en movimiento. Dejé caer la canasta con su contenido y corrí hacia la puerta.
Pero, casi me pierdo. El miedo y el no ponerme a pensar en ese momento que era la luz de la lámpara la que causaba mi desgracia casi me mata. Aún siento que los pelos del cuerpo de engrifan al recordar ese momento.
Corrí con todas mis fuerzas y el peso sobre mi espalda haciendo ondear entre los árboles el haz de luz. Llegué, hasta el tronco del árbol de la puerta sintiendo en mi frente latir peligrosamente una vena.
Y cuando estaba a punto de entrar vi como aquel animal que no era más que una especie de felino de unas dos toneladas, estaba a punto de lanzarse sobre mí. Sin pensarlo más, y como una inspiración divina, lancé la lámpara encendida hacia atrás.
El animal desentendiéndose de mí fue tras la luz y yo regresé aquí.
Estuve un buen rato, después de cerrar la puerta, pensando mucho lo ocurrido y creo que no voy a volver a arriesgarme. Pude haber muerto allí por imprudente. Si vuelvo a salir lo haré en plena luz del día.
Voy a pintar algunos cuadros mejor. Mi padre regresa dentro de cinco días.

***

Néstor Alvarado cerró por un momento el diario y trató de imaginarse todo aquel mundo paralelo.
Eran casi las doce de la noche, pero no tenía ni una pizca de sueño.
Se asomó al balcón de la habitación. Y aunque ésta no daba hacia la ciudad, como el del estudio de don Esteban, tenía una buena vista de los cerros allá al fondo y por entre los árboles se veían luces de otras casas ubicadas en aquella línea. Soplaba un aire helado y fresco que hacía que las copas de los árboles se ladearan y la punta de la nariz se pusiera caliente.
“El tiempo” pensó.
—El tiempo es una cuestión mental. Muy buen concepto. Seguro que sí –le dijo al paisaje y a la noche.
Entre sus propias teorías establecía que el tiempo, como lo había dicho Einstein era una constante y dependía del espacio y la aceleración. Conceptos algo difíciles para la mayoría, pero que todo investigador que se atrevía a hablar de ello tenía que tomar en cuenta. Y sus libros eran acerca de los mundos paralelos. En esos mundos, reales (ahora lo sabía), el tiempo parecía marchar al igual que aquí.
Pero ¿Cómo había llegado a aquella verdad, según ella, absoluta acerca de los mundos paralelos?
El tiempo es una constante. Pero, sí él quería entrar a aquellos mundos, tendría que cambiar dicho concepto mental, porque como lo afirmaba Azucena, era lo primero que hubo de cambiar para poder entrar y salir sin perderse en el tiempo de acá.
“Toda una científica”
Sonrió, pensando en la minuciosidad de sus experimentos y cómo había ido desechando algunas cosas y aplicando otras sobre todo en la comprobación del oxígeno y la vida en ese otro mundo.
Estaba cansado y regresó al interior de la habitación, cerrando tras de sí la puerta corrediza. Cerró también las cortinas y se preparó para dormir.
A la una de la madrugada dormía profundamente. Y fue en ese momento cuando en su cerebro comenzó a ver cosas de aquel mundo paralelo como él lo denominaba y mundo invisible, como ella lo decía.

***

Soñó con Arum.
Él, era alguien de aquel mundo. Avanzaba sobre unas calzadas parecidas al pavimento. Un pavimento antiguo, rajado, fracturado. Fuera de uso hacía miles de años atrás. Era consciente de que la Tierra, había pasado por muchas catástrofes ya y corrían años, tiempos difíciles.
En su consciencia, la historia de la Tierra llevaba miles de años y muy pronto llegarían otras épocas. La evolución seguía su camino y ahora no se necesitaba el sonido para comunicarse entre los seres humanos, sino la mente. Las razas alienígenas habían enseñado, hacía muchos siglos atrás a viajar por el espacio, a construir en otros planetas y la atmósfera de toda la Tierra había cambiado.
Vivían, los millones de personas que aún quedaban en el planeta madre, en el único continente habitable. Los mismos continentes habían sido fusionados ya, en otros y eran desconocidos para la gente de ahora.
Había tres tipos de seres en la Tierra, en aquel momento: los humanos nuevos, los que ya no hablaban con la voz sino con la mente, los animales en los pocos bosques que aún subsistían y ayudaban a generar el poco oxígeno, y los seres mutantes (una fusión entre los humanos y extraterrestres de un planeta extinto), estos últimos eran enemigos declarados de la humanidad y pretendían eliminarla o transformarla.
Él, era un humano de los nuevos y estaba encargado de combatir a aquellos seres.
Era consciente, en el sueño, que en cualquier momento y debido a la creciente multiplicación de aquellos seres, la guerra se inclinaría al lado invasor. Porque de eso se trataba de una invasión colosal, motivada por la supervivencia de una raza.
En el sueño, él sabía todo aquello y avanzaba sobre el pavimento viejo, detrás de su líder: una mujer cubierta de cicatrices físicas y mentales que no ocultaba a nadie.
Avanzaban hacia un edificio abandonado en las cercanías de un bosque. Los bosques eran los lugares preferidos para aquellos seres a los cuales denominan como los híbridos de las pléyades. Eran seres mitad humanos, mitad extraterrestres, y poco a poco iban multiplicando sus números. La multiplicación era muy fácil: se apoderaban del cuerpo humano vivo y se fusionaban a él como si fueran ventosas.
Se lo tragaban vivo. Unían su cerebro con el del humano y nacía la nueva forma. Forma informe pero tan inteligente como los seres de las pléyades.
En sus registros de memoria, aquel Néstor del futuro, cuyo nombre era Hal, era un simple combatiente. En su lista de extraterrestres puros caídos llevaba unos cuantos cienes y fusionados más de mil. Eran más fáciles de encontrar los fusionados que los puros. De los puros quedaban muy pocos ya. Pero la mujer de las cicatrices, a quien llamaban General Gi, estaba convencida, era su teoría personal, de que los puros se escondían en alguna de las lunas de Júpiter y que cuando los humanos desaparecieran ellos se harían presentes para gobernar con toda su pureza el nuevo planeta.
Hal (Néstor) entraba, en el bosque y con su mente escaneando un perímetro de más de dos kilómetros avanzaba por entre los árboles. Dos compañeros se separaban a su derecha y a su izquierda, Gi, iba delante de él. Las armas eran la mente y la electricidad que podían disparar desde sus muñecas, o mejor dicho desde el aparato adaptado a sus muñecas.
Ellos, como militares, porque así eran considerados, si eran capturados por uno de aquellos seres tenían la obligación de auto inmolarse: explotar con ellos. Matarlos matándose a sí mismos.
A él, parecía no gustarle ese tipo de decisión, pues la conservación de la vida, seguía siendo el instinto básico del ser humano.
“Alertas” les comunicaba Gi con voz mental imperiosa.
Pero con su mente aún no veían nada. Estaban enlazados los unos a los otros para cubrir más área. Juntos cubrían casi siete kilómetros.
¿Por qué estaba allí?
Por qué se habían registrado reuniones frecuentes de los híbridos de las Pléyades allí. Según reportes de los vigías ya eran más de mil reuniones de aquel tipo. Quizás estaban a punto de dar su asalto final.
Por eso, ellos estaban allí.
Llegaban a un claro como del tamaño de un campo de fútbol soccer. Un campo de fútbol, ella había mencionado eso en su diario y el subconsciente de Néstor lo había asociado. Quizás por eso el sueño. Quizás por eso todo aquel sueño. Quizás…
En el claro no había nada, pero sí indicios de la reunión de los híbridos. Allí, un cadáver de uno de ellos. ¿Un cadáver? Sí aquello podría ser el mismo lugar… pero… ¿La misma época?
Y consciente de las palabras de Azucena, en los diarios, miró hacia más allá de los árboles.
“Voy a ir por allá”
Les informó a los demás.
“Te seguimos” le dijo Gi siempre en la mente.
Te seguimos era una expresión normal entre ellos para indicar que estaban conectados mentalmente.

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