9 de noviembre de 1962, viernes
Arum. Ese es el nombre del mundo invisible. O por lo menos ese fue el
primer sonido que llegó a mí desde el espeso bosque.
Además, corre por mi cabeza la idea de que ese mundo…
Me trajeron el oxígeno ayer por la tarde: tres depósitos. Eso me durará por
lo menos un par de horas si puedo administrarlos bien.
A las nueve de la mañana, después de desayunar, he vuelto a Arum. ¿Y porque
le digo Arum? Porque ese fue el primer sonido que escuché allá en el bosque.
Creo que, el mundo invisible está habitado.
Entré con la misma vestimenta de siempre: botas altas, el traje de hombre
rana, el oxígeno y la linterna. Sólo que ahora llevé la pistola de seis tiros.
Apenas entré rodeé el grueso tronco del roble y comencé a andar en línea
recta entre miles de árboles de todos los tamaños. Era de día, quizás la misma
hora que acá: las nueve de la mañana.
Soplaba una suave brisa. Lo sé porque un mechón de mi cabello había quedado
fuera del material del traje de hombre rana y se movía insistente en contra de
mis mejillas. Además, la temperatura era muy agradable, podía sentirla sobre mi
piel.
Con la pistola en una mano y la linterna en una especie de carterita que he
llevado me mentí, entonces entre los árboles. Siempre iba pendiente del reloj.
El tiempo límite era el de una hora como máximo.
Traté de avanzar lo más rápido posible, porque, aunque ya he estado varias
veces en ese lugar, siempre me emociona la sensación del descubrimiento. Quizás
esto mismo sintieron los españoles al llegar a América, y más cuando se
internaron entre las selvas tropicales sin saber lo que iban a encontrar.
Caminé, entonces, durante más de quince minutos entre un espeso bosque.
Allí, como acá, son los mismos árboles. Distinguí entre los muchos que allí
hay: pinos, robles, encinos… y estoy teniendo una leve sospecha acerca del
lugar…
Cuando ya estaba a punto de salir a un claro del bosque escuché, con
verdadero miedo, un sonido y fue ese: Arum.
Alguien, hacia ese ruido. Era como una bestia salvaje. O el sonido que
producen los osos cuando están en celo. Por eso he llamado a ese mundo
invisible Arum. Porque ese fue el primer sonido escuchado, provocado por algo.
Sentí deseos de darme la vuelta y salir corriendo de regreso a la puerta,
pero me contuve. Respiré hondo y seguí avanzando. Me tardé unos cinco minutos,
pues avanzaba muy despacio mirando hacia todos lados para no ser sorprendida, y
llegué al claro.
Antes de asomarme le quité el seguro al arma y me asomé.
Reconozco que no soy experta en las ciencias naturales y apenas tengo el
conocimiento anatómico que nos da la carrera de las artes, pero lo que vi allí
no entra en ninguna de las ramas conocidas por la ciencia actual.
Allí, en el claro que era, en realidad un espacio como de un estadio de
futbol abierto a propósito, había varios seres (porque no les puedo llamar de
otra forma parecidos a los seres humanos porque tienen (no puedo hablar en
tiempo pasado ni futuro porque siguen allí) extremidades inferiores y
superiores. Pero las superiores (brazos y manos) son tan largas que estando
erguidos como nosotros, alcanzan el suelo. Y sus piernas, a pesar de ser largas
son simples: de una sola pieza, eso quiere decir que no tienen articulaciones.
Su cabeza es enorme, como la mitad del cuerpo de tamaño. Ojos, dos como los
nuestros, pero colocados uno encima del otro. Su boca un agujero que al mismo
tiempo les sirve de respiradero. Orejas, no.
Y su color naranja. De inmediato recordé el color del suelo que es del
mismo color y recordé, de paso, nuestro propio color que según las leyendas
mayas es el del maíz, y según las leyendas bíblicas del barro.
Hacían ruidos y parecían comunicarse mediante ellos.
Eran de la misma especie y estaban distribuidos de forma desordenada en
medio del claro. Emitían sonidos sin siquiera moverse. Parecían realizar una
especie de ritual.
Y me hubiera quedado un poco más de no ser por dos motivos: el oxígeno
estaba casi a la mitad y noté que uno de aquellos seres parecía haber olido
algo pues agitaba, en medio de aquella enorme cabeza el orificio por donde
comía y respiraba. Sus dos ojos, parecieron interesados, de repente por el
sitio donde yo me encontraba oculta.
No lo pensé más. Di la vuelta y eché a andar de regreso al árbol. De vez en
cuando echaba una mirada hacia atrás, casi segura, que alguno de aquellos seres
había advertido mi presencia y había decidido investigar. Pero no. Nadie me
siguió.
Regresé a esta tierra y ahora escribo esto con muchas ideas en mente. Una
de esas ideas es que eso a lo que llamo mundo invisible no es más que una
versión antigua o del futuro de esta misma tierra. ¿Por qué sospecho eso? Por
las formas de aquellos seres y la vegetación. Es como si el mundo, antiguo o
futuro se pudiera visitar mediante esos portales. Además, hay algo que me
pareció conocido de estos lugares donde ahora habito, pero no logro que mi
mente me recuerde él qué.
Martes, 13 de noviembre de 1962
He regresado allá al claro.
No había nada esta vez y pude adentrarme en él. Trataba de encontrar alguna
huella, algún indicio de la presencia de aquellos seres. Lo que encontré fue
uno de sus cadáveres. Estaba a un lado del claro.
Cuando lo vi sentí ganas de vomitar. Se había descompuesto de una manera
tan rápida como el mismo gato de mi experimento. Además, pude comprobar que
miden más de dos metros de altura.
Tuve que regresar de inmediato porque me pareció escuchar un ruido muy
cerca. Al final no fue nada, pero es peligroso. No sé qué me harían los seres
de ese lado si descubrieran que alguien fuera de su hábitat se ha introducido.
Me gustaría saber de qué se alimentan. Si hay otro tipo de animales. O un tipo
de civilización.
No sé. Quizás más adelante lo sepa. O nunca.
29 de noviembre, 1962
Hoy casi me atrapa un animal salvaje de aquel mundo invisible.
He pintado algunos cuadros inspirándome en aquel lugar. He tomado
fotografías para no equivocarme. Las fotografías están en el álbum.
Hoy, sin saberlo, llegué allá en la madrugada. Son tiempos distintos, o
parecidos. Allá parece ir todo más rápido.
Encendí la luz de la linterna y creo que ese fue mi error. Los seres de
esas latitudes no están acostumbradas a tales sutilezas.
Estaba caminando por los alrededores recolectando hojas, piedras y demás
cosas recolectables en una cesta para comprobar mi teoría acerca de que son las
mismas cosas que tenemos de este lado. La mascarilla de oxígenos a veces
confunde los sonidos del exterior con los de mi propia respiración y eso pensé
que era al principio lo que estaba escuchando.
Sentí que el corazón se detenía en el interior de mi pecho cuando vi una sombra
correr a gran velocidad hacia mí entre los árboles. Sus ojos eran blancos y
emitía al avanzar un ronroneo similar al de los gatos. Parecía estar a unos
veinte metros cuando lo noté. No pude más que ponerme en movimiento. Dejé caer
la canasta con su contenido y corrí hacia la puerta.
Pero, casi me pierdo. El miedo y el no ponerme a pensar en ese momento que
era la luz de la lámpara la que causaba mi desgracia casi me mata. Aún siento
que los pelos del cuerpo de engrifan al recordar ese momento.
Corrí con todas mis fuerzas y el peso sobre mi espalda haciendo ondear
entre los árboles el haz de luz. Llegué, hasta el tronco del árbol de la puerta
sintiendo en mi frente latir peligrosamente una vena.
Y cuando estaba a punto de entrar vi como aquel animal que no era más que
una especie de felino de unas dos toneladas, estaba a punto de lanzarse sobre
mí. Sin pensarlo más, y como una inspiración divina, lancé la lámpara encendida
hacia atrás.
El animal desentendiéndose de mí fue tras la luz y yo regresé aquí.
Estuve un buen rato, después de cerrar la puerta, pensando mucho lo
ocurrido y creo que no voy a volver a arriesgarme. Pude haber muerto allí por
imprudente. Si vuelvo a salir lo haré en plena luz del día.
Voy a pintar algunos cuadros mejor. Mi padre regresa dentro de cinco días.
***
Néstor Alvarado cerró por un momento el diario y
trató de imaginarse todo aquel mundo paralelo.
Eran casi las doce de la noche, pero no tenía ni
una pizca de sueño.
Se asomó al balcón de la habitación. Y aunque ésta
no daba hacia la ciudad, como el del estudio de don Esteban, tenía una buena
vista de los cerros allá al fondo y por entre los árboles se veían luces de
otras casas ubicadas en aquella línea. Soplaba un aire helado y fresco que
hacía que las copas de los árboles se ladearan y la punta de la nariz se
pusiera caliente.
“El tiempo” pensó.
—El tiempo es una cuestión mental. Muy buen
concepto. Seguro que sí –le dijo al paisaje y a la noche.
Entre sus propias teorías establecía que el tiempo,
como lo había dicho Einstein era una constante y dependía del espacio y la
aceleración. Conceptos algo difíciles para la mayoría, pero que todo
investigador que se atrevía a hablar de ello tenía que tomar en cuenta. Y sus
libros eran acerca de los mundos paralelos. En esos mundos, reales (ahora lo
sabía), el tiempo parecía marchar al igual que aquí.
Pero ¿Cómo había llegado a aquella verdad, según
ella, absoluta acerca de los mundos paralelos?
El tiempo es una constante. Pero, sí él quería
entrar a aquellos mundos, tendría que cambiar dicho concepto mental, porque
como lo afirmaba Azucena, era lo primero que hubo de cambiar para poder entrar
y salir sin perderse en el tiempo de acá.
“Toda una científica”
Sonrió, pensando en la minuciosidad de sus
experimentos y cómo había ido desechando algunas cosas y aplicando otras sobre
todo en la comprobación del oxígeno y la vida en ese otro mundo.
Estaba cansado y regresó al interior de la
habitación, cerrando tras de sí la puerta corrediza. Cerró también las cortinas
y se preparó para dormir.
A la una de la madrugada dormía profundamente. Y
fue en ese momento cuando en su cerebro comenzó a ver cosas de aquel mundo
paralelo como él lo denominaba y mundo invisible, como ella lo decía.
***
Soñó con Arum.
Él, era alguien de aquel mundo. Avanzaba sobre unas
calzadas parecidas al pavimento. Un pavimento antiguo, rajado, fracturado.
Fuera de uso hacía miles de años atrás. Era consciente de que la Tierra, había
pasado por muchas catástrofes ya y corrían años, tiempos difíciles.
En su consciencia, la historia de la Tierra llevaba
miles de años y muy pronto llegarían otras épocas. La evolución seguía su
camino y ahora no se necesitaba el sonido para comunicarse entre los seres
humanos, sino la mente. Las razas alienígenas habían enseñado, hacía muchos siglos
atrás a viajar por el espacio, a construir en otros planetas y la atmósfera de
toda la Tierra había cambiado.
Vivían, los millones de personas que aún quedaban
en el planeta madre, en el único continente habitable. Los mismos continentes
habían sido fusionados ya, en otros y eran desconocidos para la gente de ahora.
Había tres tipos de seres en la Tierra, en aquel
momento: los humanos nuevos, los que ya no hablaban con la voz sino con la
mente, los animales en los pocos bosques que aún subsistían y ayudaban a
generar el poco oxígeno, y los seres mutantes (una fusión entre los humanos y
extraterrestres de un planeta extinto), estos últimos eran enemigos declarados
de la humanidad y pretendían eliminarla o transformarla.
Él, era un humano de los nuevos y estaba encargado
de combatir a aquellos seres.
Era consciente, en el sueño, que en cualquier
momento y debido a la creciente multiplicación de aquellos seres, la guerra se
inclinaría al lado invasor. Porque de eso se trataba de una invasión colosal,
motivada por la supervivencia de una raza.
En el sueño, él sabía todo aquello y avanzaba sobre
el pavimento viejo, detrás de su líder: una mujer cubierta de cicatrices
físicas y mentales que no ocultaba a nadie.
Avanzaban hacia un edificio abandonado en las cercanías
de un bosque. Los bosques eran los lugares preferidos para aquellos seres a los
cuales denominan como los híbridos de las
pléyades. Eran seres mitad humanos, mitad extraterrestres, y poco a poco
iban multiplicando sus números. La multiplicación era muy fácil: se apoderaban
del cuerpo humano vivo y se fusionaban a él como si fueran ventosas.
Se lo tragaban vivo. Unían su cerebro con el del
humano y nacía la nueva forma. Forma informe pero tan inteligente como los
seres de las pléyades.
En sus registros de memoria, aquel Néstor del
futuro, cuyo nombre era Hal, era un simple combatiente. En su lista de
extraterrestres puros caídos llevaba unos cuantos cienes y fusionados más de
mil. Eran más fáciles de encontrar los fusionados que los puros. De los puros
quedaban muy pocos ya. Pero la mujer de las cicatrices, a quien llamaban
General Gi, estaba convencida, era su teoría personal, de que los puros se
escondían en alguna de las lunas de Júpiter y que cuando los humanos
desaparecieran ellos se harían presentes para gobernar con toda su pureza el
nuevo planeta.
Hal (Néstor) entraba, en el bosque y con su mente
escaneando un perímetro de más de dos kilómetros avanzaba por entre los
árboles. Dos compañeros se separaban a su derecha y a su izquierda, Gi, iba delante
de él. Las armas eran la mente y la electricidad que podían disparar desde sus
muñecas, o mejor dicho desde el aparato adaptado a sus muñecas.
Ellos, como militares, porque así eran
considerados, si eran capturados por uno de aquellos seres tenían la obligación
de auto inmolarse: explotar con ellos. Matarlos matándose a sí mismos.
A él, parecía no gustarle ese tipo de decisión,
pues la conservación de la vida, seguía siendo el instinto básico del ser
humano.
“Alertas” les comunicaba Gi con voz mental
imperiosa.
Pero con su mente aún no veían nada. Estaban
enlazados los unos a los otros para cubrir más área. Juntos cubrían casi siete
kilómetros.
¿Por qué estaba allí?
Por qué se habían registrado reuniones frecuentes
de los híbridos de las Pléyades allí. Según reportes de los vigías ya eran más
de mil reuniones de aquel tipo. Quizás estaban a punto de dar su asalto final.
Por eso, ellos estaban allí.
Llegaban a un claro como del tamaño de un campo de fútbol soccer. Un campo de
fútbol, ella había mencionado eso en su diario y el subconsciente de Néstor lo
había asociado. Quizás por eso el sueño. Quizás por eso todo aquel sueño.
Quizás…
En el claro no había nada, pero sí indicios de la
reunión de los híbridos. Allí, un cadáver de uno de ellos. ¿Un cadáver? Sí
aquello podría ser el mismo lugar… pero… ¿La misma época?
Y consciente de las palabras de Azucena, en los
diarios, miró hacia más allá de los árboles.
“Voy a ir por allá”
Les informó a los demás.
“Te seguimos” le dijo Gi siempre en la mente.
Te seguimos era una expresión normal entre ellos para indicar que
estaban conectados mentalmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario