En el sueño, Néstor—Hal, llegaba hasta el árbol de
tronco grueso y observaba unas runas dibujadas sobre la corteza. Aquel había
sido, o era, el lugar por donde aparecía María Azucena en los años sesenta.
Y cuando su mente se ensanchaba con las de los
demás, a veces, se podían bloquear en algunos aspectos y no ver, o leer los
pensamientos de los otros. No hablar entre ellos.
Hal—Néstor, ensanchando su alma inmortal había
juntado en un solo momento dos de sus personalidades en el tiempo. Ambas, de
alguna manera, se habían encontrado y recordado entre millones de pensamientos.
Y allí estaban, en el sueño comunicándose.
Al llegar al árbol se había desconectado de Gi y
sus colegas para mirar aquel árbol. Era el mismo. Frente a él, a pesar de la
oscuridad, se podía ver el extenso valle y las plantas de color naranja.
Los lenguajes habían cambiado entre ambos momentos,
pero se entendían. Néstor comprendía lo que Hal sabía y Hal lo que Néstor
sabía. Y lo que sabía uno podía apoyar lo del otro.
Hal le cedió el paso a Néstor. Y el Néstor de
aquella época, utilizando la electricidad de las muñecas de Hal escribió junto
a las runas dibujadas por Azucena:
NO VUELVAS A ENTRAR O ELLOS PODRÍAN ENTRAR A NUESTRO MUNDO
***
Tenía que estar a las ocho de la mañana en
Tegucigalpa, en la oficina de Investigaciones Paranormales, pero al levantarse,
a las seis de la mañana con quince minutos no pudo evitar abrir de nuevo el
diario de Azucena para buscar las siguientes anotaciones.
El sueño, tan vívido, y aunque había olvidado la
mayor parte de él, recordaba con mucha lucidez las palabras escritas sobre el
tronco del enorme roble: No vuelvas a entrar o ellos podrían entrar a nuestro
mundo.
Lunes, 3 de diciembre de 1962
No he regresado al mundo invisible. Aún persiste en mí el susto por lo del
animal.
Mi padre ha regresado de su viaje. Me ha traído algunos periódicos de
Tegucigalpa, el mundo parece estar volviéndose más loco con eso de las guerras.
Temen la tercera guerra mundial, pero yo creo que esa ya ha comenzado de manera
solapada.
He pintado mucho durante estos tres días.
Voy a ir a pasar unos días a la cabaña. Extraño tanto a Antonio. Me
pregunto si volveré a soñarlo. Hace tantos días que no le veo ni en sueños. A
veces creo que si pudiera volver en el tiempo…
Eso me ha dado una idea. Espero poderlo probar en mi próxima visita al
mundo invisible.
21 de diciembre de 1962
He regresado de la cabaña. Mi amigo sigue allí. Duerme mucho y parece ir
desintegrándose. Espero que pronto desaparezca. No es que sea algo importante
ya, pero yo le di la vida. Podría hacer un hechizo para hacerlo desaparecer de
un solo, pero me da un poco de pena. Son sentimientos confusos.
He pintado mucho estos últimos días.
A veces siento que mi vida se va diluyendo muy despacio con los años.
Si por lo menos tuviera la certeza de que volveré a ver a Antonio. Pero, él
me ha dicho que hasta dentro de varios años y en otros tiempos. Si por medio de
esos mundos invisibles pudiera ver algo de eso. Pero no se puede.
16 de enero de 1962, miércoles
He entrado de nuevo al mundo invisible.
He quedado asustada por un mensaje escrito sobre la puerta en el roble.
Dice: No vuelvas a entrar o ellos podrían entrar a nuestro mundo.
De inmediato he regresado aquí. Alguien sabe que estoy entrando y saliendo
de ese mundo. Alguien sabe que existo y que estoy entrando y saliendo.
Pero ¿Quiénes son ellos?
¿Hay vida inteligente del otro lado?
Voy a dejar de ir. Tengo miedo de verdad. Mucho miedo. Si alguien sabe que
entro puede ser que…
***
A las ocho en punto, como había quedado, Néstor
Alvarado bajó a la ciudad y llegó, unos diez minutos después, a la cita con su
entrevistado.
Se trataba de un hombre joven, veintisiete años. Su
rostro estaba cubierto de arrugas prematuras y el cabello parecía haber
comenzado a cambiar del color castaño al gris. Una transición que a Néstor el
pareció forzada.
—Pase adelante –le dijo con amabilidad abriendo la
puerta de una especie de salita de trabajo—, aún no han venido los otros y
podremos hablar con mucha libertad.
En la salita había tres sillones: uno grande como
para tres personas y dos para una sola persona. En el centro una mesita de
vidrio con un macetero conteniendo una planta de hojas brillantes parecía tan
rebosante de vida. Néstor se sentó en una de las sillas individuales, y Carlos
Aceituno en el sillón más grande, en una esquina, muy cerca de él.
Se presentaron con un apretón de manos.
—¿Le ofrezco algo de beber? –preguntó Carlos.
—No gracias, acabo de desayunar y el líquido aún lo
tengo por aquí –sonrió tocándose un lado del vientre.
—Me dijo por teléfono, don Esteban, que quería que
le contara mi experiencia en La casona –no preguntó, afirmó.
—Por favor, si no es mucha molestia.
—En realidad –dijo con la voz acongojada— es algo
que todos los días trato de olvidar.
Se acomodó en el sillón y como si estuviera tomando
oxígeno y fuerza para ordenar sus ideas hizo una pausa dramática. El ambiente
era agradable. Afuera parecía soplar una brisa muy suave. Estaban llegando a la
recta final del año y el frío se apoderaba de todo el mundo y no sólo de las
zonas tropicales.
—Sé que es fue una experiencia bastante fuerte,
pero no tema decir todo lo que piensa. Creo todo lo que me diga. He tenido mis
experiencias y sé –dijo más convencido que nunca sobre todo por el sueño y lo
diarios— que hay muchas cosas en este mundo que jamás comprenderemos por
completo. Pero de lo que estoy convencido es de la existencia de algo en esa
casa.
Carlos Eduardo, movido por esas palabras y por la
mirada sincera del hombre comenzó:
—El año pasado, don Esteban solicitó los servicios
de la AIP, Agencia de Investigaciones Paranormales –Néstor ya había visto aquel
pomposo nombre en el vidrio de la entrada—. Nos fuimos allá un martes y ese
mismo día sucedió todo. Mientras Humberto, que así se llamaba… mi jefe, yo
entré a colocar sensores de movimiento, de luz y demás artefactos para detectar
cualquier actividad dentro de la casa… allí, mientras revisaba el lugar y abría
las puertas dejé la maleta de sensores en el suelo y cuando quise volver por
ellos, ya no estaban…
—¿Dónde los colocó?
—En el piso…
—Pero ¿en qué lugar con exactitud?
Pareció buscar esa información en la memoria
mirando hacia arriba.
—Justo donde la cocina se une con una salita. Allí
coloqué la maleta y fui hacia la sala… escuché un ruido como de una palmada en
ese momento y me volví, fue cuando vi que la maleta había desaparecido. Y allí,
después de eso me pareció ver una sombra muy rápida deslizándose por las
paredes. Luego de eso empecé a sentir como si alguien me mirara desde las
paredes. Una sensación de miedo y de angustia se metió en mi pecho y quise
salir de allí. Cuando iba por un pasillo volví a ver la sombra en las paredes y
me perseguía… algo me atrapó, pero me desmayé. Un olor a podrido se esparció
por todo el ambiente mientras esa sombra, estoy seguro, trataba de hacer algo
conmigo… cuando volví a abrir los ojos, mi jefe me estaba arrastrando hacia la
tienda que habíamos montado en el patio, a unos treinta metros de la casa. Sí
él no hubiera aparecido allí quizás yo hubiera muerto…
Hizo otra pausa. Néstor trataba de imaginarse la
escena. Y aquello le pareció tan exacto como los diarios de María Azucena
Landa. Ahora sólo le faltaba estar en el lugar, pero, aún había cuestiones
pendientes. Allí, después de todo, aún con las advertencias, había quedado
abierta la puerta. No había hecho caso a la advertencia de su personalidad del
futuro.
Algo había quedado abierto y algo, a fin de
cuentas, había entrado. Pero ¿Por qué ese algo se limitaba a aquella casa? ¿Por
qué no se había propagado dicha influencia sobre toda la tierra a estas
alturas?
—…él me salvo.
—¿Pero, usted le advirtió del peligro?
—Sí… le conté todo. Pero él, estaba obsesionado con
los fenómenos paranormales y creía haber encontrado, por primera vez, uno de
verdad. Yo aún estaba mareado y apenas me podía mover… nos pusimos de acuerdo
para comunicarnos por medio de walkie
talkies, pero nunca volvimos a comunicarnos. Yo, cuando él entró de nuevo a
la casa, creo que me dormí por un momento… cuando me desperté ya era casi de
noche.
Hizo otra larga pausa dramática.
—…encendí todas las luces que pude, la camioneta,
la lámpara de gas, la linterna y entré a ver… allí no había nada. Sólo una puerta
abierta, los sensores… nada más. Y lo peor es que cuando estaba allí de nuevo,
justo donde había desaparecido la maleta de sensores que yo llevara, volví a
escuchar aquel sonido como de palmada… salí corriendo y por poco me alcanza lo
que sea que está allí… dejé la puerta abierta y salí sin pensar más que en
escapar. Casi me accidento en la carretera que viene del norte hacia acá. Me
detuvieron unos policías y creo que eso fue lo que me salvó. Desde ese día he
tratado de olvidar todo, pero… es imposible. Ni siquiera el cuerpo de Humberto
apareció nunca. Su esposa, aún tiene la esperanza de que esté vivo, pues
mientras no aparezca el cadáver… pero yo sé que ya nunca volverá. Allí, en esa
casa, hay algo...
Otro silencio.
Néstor no había tomado su libreta para escribir lo
que pudiera decirle el hombre. De alguna manera sentía que no necesitaba hacer
eso.
—¿No ha regresado a ese lugar? –preguntó al fin.
—No… ni pienso, mientras viva, volver a hacerlo.
Pero su esposa sí, me contó que fue una vez. Pero, no tuvo el valor de entrar
ni siquiera a los terrenos de la casa. Me contó que sintió que algo estaba por
allí. Regresó a su casa y ha tratado de comprender los hechos… ha logrado
mantener la compañía en pie, porque su esposo, Humberto, le había enseñado cómo
hacerlo y porque es su medio de subsistencia y el de nosotros… ella, aún ahora,
cree que él puede regresar.
—Gracias, Carlos… me ha servido mucho.
—¿De veras limpiará el lugar? –preguntó ansioso.
—No lo sé, aún. Estoy pensando la forma, pero te
aseguro que algo haré.
—¿Usted se dedica a.…?
—Soy escritor, pero me dedico, también, a los
misterios invisibles que rodean a la humanidad. Y eso que está en esa casa es
uno de ellos…
—Espero, de todo corazón, que logré hacer algo al
respecto de esa casa. Tenga mucho cuidado… es algo tan irreal que el cerebro
parece que va a estallar de un momento a otro. Es algo que uno ni siquiera ve
venir.
Se despidieron con un fuerte apretón de manos.
***
Néstor Vladimir, en apenas veinticuatro horas había
cambiado muchos conceptos acerca de la vida, el mundo y el tiempo.
La vida, ahora lo entendía, no es más que una
proyección mental de las cosas y que se vive al mismo tiempo en distintos
momentos en el tiempo. El tiempo, como lo decía Azucena, era una cuestión más
mental que espacial. El mundo es algo que existe en la conciencia y se está
viviendo muchas vidas en distintos momentos del que llamaríamos el mismo
tiempo.
Eso quería decir que por mucho afán que se pusiera
en la vida, siempre se volvía a vivir y vivir con el único fin de darle vida al
planeta. Los mundos paralelos no era más que el mismo mundo, pero en distinto
momento de la historia de la Tierra. Todas sus teorías tendrían que cambiar.
Ahora mismo, mientras conducía de regreso hacia la casa de don Esteban, Néstor
se sentía avergonzado y apenado por tanta teoría sin sentido.
—¡Qué chasco! –dijo al viento que le mecía los
cabellos por la ventanilla abierta.
Regresó a la mansión de los Landa en el Hatillo y
dejó el Jeep en el mismo lugar donde lo encontrara. Subió a su habitación y
bajó con el diario de Azucena, apenas tenía un par de páginas más y nada
aclaradoras acerca de sus regresos posteriores a la tierra del futuro, pero
estaban las pinturas. También, tomó las llaves de aquella casita del rincón y
fue hacia ella.
Don Esteban regresaría por la noche y la casa
estaba casi vacía.
—El almuerzo será a las doce y media –le avisó la
cocinera asomándose a la puerta de la sala cuando estaba a punto de salir.
Se detuvo a pensar. Quizás el almuerzo lo
distrajera un poco de sus propósitos. Miró el reloj, eran casi las diez de la
mañana.
—Ok –dijo y salió hacia el jardín.
En la casita se dedicó a ordenar los cuadros por
fechas. Gracias a Dios, todos tenían el año debajo de la firma.
El cuadro más antiguo tenía la fecha 1957 y mostraba
un pueblito en una hondonada. Parecía que la artista se había colocado en la
falda de una colina para hacerlo. El segundo era de 1959 y representaba una
cabaña de aspecto triste rodeada de robles y pinos. Del mismo año era el
siguiente y representaba hileras e hileras de árboles de tallos blancos y
puntos negros. De 1960 había uno de un pueblo, parecía hecho desde un
cementerio porque allí, se veían, en primer plano las cruces y el muro, luego
hacia abajo una plaza y la iglesia. En 1961 el cuadro aquel de una criatura de
cuerpo de lobo blanco oculto detrás de un roble. Pero lo más curioso era que no
era un lobo, sino una especie de animal desconocido y de cuerpo largo. Tres
cuadros de 1962 presentaban la puerta y los ubicó de tal manera que primero aparecieran
las que no tenían runas y luego, la que si las tenía. Eran, con mucha claridad
las runas que utilizaban los magos de la wicca.
Néstor se dijo mentalmente que buscaría algo al
respecto. Azucena en sus apuntes siempre hablaba de hechizos. Con toda
claridad, por los libros, de los paquetes era una asidua practicante de
aquellas teorías. Y el último cuadro era uno pequeño fechado en 1970.
Representaba a una Azucena cansada, quizás
envejecida (apuntó mentalmente pedirle a don Esteban algunas imágenes de la
muchacha durante todas sus vidas para comparar esas imágenes). Quizás el
contacto con ese otro mundo invisible como ella le llamaba había modificado un
poco su aspecto científico.
En ese autorretrato mostraba a una mujer
envejecida, pero según lo dicho por Esteba, su hermana había muerto en 1971, a
la edad de cuarenta y un años.
Por la cabeza de Néstor pasaban muchas ideas y
tenía que decidirse pronto porque La Casona le estaba esperando. Y allí, fuera
lo que fuera, lo esperaba a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario