miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo 8





En el sueño, Néstor—Hal, llegaba hasta el árbol de tronco grueso y observaba unas runas dibujadas sobre la corteza. Aquel había sido, o era, el lugar por donde aparecía María Azucena en los años sesenta.
Y cuando su mente se ensanchaba con las de los demás, a veces, se podían bloquear en algunos aspectos y no ver, o leer los pensamientos de los otros. No hablar entre ellos.
Hal—Néstor, ensanchando su alma inmortal había juntado en un solo momento dos de sus personalidades en el tiempo. Ambas, de alguna manera, se habían encontrado y recordado entre millones de pensamientos. Y allí estaban, en el sueño comunicándose.
Al llegar al árbol se había desconectado de Gi y sus colegas para mirar aquel árbol. Era el mismo. Frente a él, a pesar de la oscuridad, se podía ver el extenso valle y las plantas de color naranja.
Los lenguajes habían cambiado entre ambos momentos, pero se entendían. Néstor comprendía lo que Hal sabía y Hal lo que Néstor sabía. Y lo que sabía uno podía apoyar lo del otro.
Hal le cedió el paso a Néstor. Y el Néstor de aquella época, utilizando la electricidad de las muñecas de Hal escribió junto a las runas dibujadas por Azucena:
NO VUELVAS A ENTRAR O ELLOS PODRÍAN ENTRAR A NUESTRO MUNDO

***

Tenía que estar a las ocho de la mañana en Tegucigalpa, en la oficina de Investigaciones Paranormales, pero al levantarse, a las seis de la mañana con quince minutos no pudo evitar abrir de nuevo el diario de Azucena para buscar las siguientes anotaciones.
El sueño, tan vívido, y aunque había olvidado la mayor parte de él, recordaba con mucha lucidez las palabras escritas sobre el tronco del enorme roble: No vuelvas a entrar o ellos podrían entrar a nuestro mundo.

Lunes, 3 de diciembre de 1962
No he regresado al mundo invisible. Aún persiste en mí el susto por lo del animal.
Mi padre ha regresado de su viaje. Me ha traído algunos periódicos de Tegucigalpa, el mundo parece estar volviéndose más loco con eso de las guerras. Temen la tercera guerra mundial, pero yo creo que esa ya ha comenzado de manera solapada.
He pintado mucho durante estos tres días.
Voy a ir a pasar unos días a la cabaña. Extraño tanto a Antonio. Me pregunto si volveré a soñarlo. Hace tantos días que no le veo ni en sueños. A veces creo que si pudiera volver en el tiempo…
Eso me ha dado una idea. Espero poderlo probar en mi próxima visita al mundo invisible.

21 de diciembre de 1962
He regresado de la cabaña. Mi amigo sigue allí. Duerme mucho y parece ir desintegrándose. Espero que pronto desaparezca. No es que sea algo importante ya, pero yo le di la vida. Podría hacer un hechizo para hacerlo desaparecer de un solo, pero me da un poco de pena. Son sentimientos confusos.
He pintado mucho estos últimos días.
A veces siento que mi vida se va diluyendo muy despacio con los años.
Si por lo menos tuviera la certeza de que volveré a ver a Antonio. Pero, él me ha dicho que hasta dentro de varios años y en otros tiempos. Si por medio de esos mundos invisibles pudiera ver algo de eso. Pero no se puede.

16 de enero de 1962, miércoles
He entrado de nuevo al mundo invisible.
He quedado asustada por un mensaje escrito sobre la puerta en el roble. Dice: No vuelvas a entrar o ellos podrían entrar a nuestro mundo.
De inmediato he regresado aquí. Alguien sabe que estoy entrando y saliendo de ese mundo. Alguien sabe que existo y que estoy entrando y saliendo.
Pero ¿Quiénes son ellos?
¿Hay vida inteligente del otro lado?
Voy a dejar de ir. Tengo miedo de verdad. Mucho miedo. Si alguien sabe que entro puede ser que…

***

A las ocho en punto, como había quedado, Néstor Alvarado bajó a la ciudad y llegó, unos diez minutos después, a la cita con su entrevistado.
Se trataba de un hombre joven, veintisiete años. Su rostro estaba cubierto de arrugas prematuras y el cabello parecía haber comenzado a cambiar del color castaño al gris. Una transición que a Néstor el pareció forzada.
—Pase adelante –le dijo con amabilidad abriendo la puerta de una especie de salita de trabajo—, aún no han venido los otros y podremos hablar con mucha libertad.
En la salita había tres sillones: uno grande como para tres personas y dos para una sola persona. En el centro una mesita de vidrio con un macetero conteniendo una planta de hojas brillantes parecía tan rebosante de vida. Néstor se sentó en una de las sillas individuales, y Carlos Aceituno en el sillón más grande, en una esquina, muy cerca de él.
Se presentaron con un apretón de manos.
—¿Le ofrezco algo de beber? –preguntó Carlos.
—No gracias, acabo de desayunar y el líquido aún lo tengo por aquí –sonrió tocándose un lado del vientre.
—Me dijo por teléfono, don Esteban, que quería que le contara mi experiencia en La casona –no preguntó, afirmó.
—Por favor, si no es mucha molestia.
—En realidad –dijo con la voz acongojada— es algo que todos los días trato de olvidar.
Se acomodó en el sillón y como si estuviera tomando oxígeno y fuerza para ordenar sus ideas hizo una pausa dramática. El ambiente era agradable. Afuera parecía soplar una brisa muy suave. Estaban llegando a la recta final del año y el frío se apoderaba de todo el mundo y no sólo de las zonas tropicales.
—Sé que es fue una experiencia bastante fuerte, pero no tema decir todo lo que piensa. Creo todo lo que me diga. He tenido mis experiencias y sé –dijo más convencido que nunca sobre todo por el sueño y lo diarios— que hay muchas cosas en este mundo que jamás comprenderemos por completo. Pero de lo que estoy convencido es de la existencia de algo en esa casa.
Carlos Eduardo, movido por esas palabras y por la mirada sincera del hombre comenzó:
—El año pasado, don Esteban solicitó los servicios de la AIP, Agencia de Investigaciones Paranormales –Néstor ya había visto aquel pomposo nombre en el vidrio de la entrada—. Nos fuimos allá un martes y ese mismo día sucedió todo. Mientras Humberto, que así se llamaba… mi jefe, yo entré a colocar sensores de movimiento, de luz y demás artefactos para detectar cualquier actividad dentro de la casa… allí, mientras revisaba el lugar y abría las puertas dejé la maleta de sensores en el suelo y cuando quise volver por ellos, ya no estaban…
—¿Dónde los colocó?
—En el piso…
—Pero ¿en qué lugar con exactitud?
Pareció buscar esa información en la memoria mirando hacia arriba.
—Justo donde la cocina se une con una salita. Allí coloqué la maleta y fui hacia la sala… escuché un ruido como de una palmada en ese momento y me volví, fue cuando vi que la maleta había desaparecido. Y allí, después de eso me pareció ver una sombra muy rápida deslizándose por las paredes. Luego de eso empecé a sentir como si alguien me mirara desde las paredes. Una sensación de miedo y de angustia se metió en mi pecho y quise salir de allí. Cuando iba por un pasillo volví a ver la sombra en las paredes y me perseguía… algo me atrapó, pero me desmayé. Un olor a podrido se esparció por todo el ambiente mientras esa sombra, estoy seguro, trataba de hacer algo conmigo… cuando volví a abrir los ojos, mi jefe me estaba arrastrando hacia la tienda que habíamos montado en el patio, a unos treinta metros de la casa. Sí él no hubiera aparecido allí quizás yo hubiera muerto…
Hizo otra pausa. Néstor trataba de imaginarse la escena. Y aquello le pareció tan exacto como los diarios de María Azucena Landa. Ahora sólo le faltaba estar en el lugar, pero, aún había cuestiones pendientes. Allí, después de todo, aún con las advertencias, había quedado abierta la puerta. No había hecho caso a la advertencia de su personalidad del futuro.
Algo había quedado abierto y algo, a fin de cuentas, había entrado. Pero ¿Por qué ese algo se limitaba a aquella casa? ¿Por qué no se había propagado dicha influencia sobre toda la tierra a estas alturas?
—…él me salvo.
—¿Pero, usted le advirtió del peligro?
—Sí… le conté todo. Pero él, estaba obsesionado con los fenómenos paranormales y creía haber encontrado, por primera vez, uno de verdad. Yo aún estaba mareado y apenas me podía mover… nos pusimos de acuerdo para comunicarnos por medio de walkie talkies, pero nunca volvimos a comunicarnos. Yo, cuando él entró de nuevo a la casa, creo que me dormí por un momento… cuando me desperté ya era casi de noche.
Hizo otra larga pausa dramática.
—…encendí todas las luces que pude, la camioneta, la lámpara de gas, la linterna y entré a ver… allí no había nada. Sólo una puerta abierta, los sensores… nada más. Y lo peor es que cuando estaba allí de nuevo, justo donde había desaparecido la maleta de sensores que yo llevara, volví a escuchar aquel sonido como de palmada… salí corriendo y por poco me alcanza lo que sea que está allí… dejé la puerta abierta y salí sin pensar más que en escapar. Casi me accidento en la carretera que viene del norte hacia acá. Me detuvieron unos policías y creo que eso fue lo que me salvó. Desde ese día he tratado de olvidar todo, pero… es imposible. Ni siquiera el cuerpo de Humberto apareció nunca. Su esposa, aún tiene la esperanza de que esté vivo, pues mientras no aparezca el cadáver… pero yo sé que ya nunca volverá. Allí, en esa casa, hay algo...
Otro silencio.
Néstor no había tomado su libreta para escribir lo que pudiera decirle el hombre. De alguna manera sentía que no necesitaba hacer eso.
—¿No ha regresado a ese lugar? –preguntó al fin.
—No… ni pienso, mientras viva, volver a hacerlo. Pero su esposa sí, me contó que fue una vez. Pero, no tuvo el valor de entrar ni siquiera a los terrenos de la casa. Me contó que sintió que algo estaba por allí. Regresó a su casa y ha tratado de comprender los hechos… ha logrado mantener la compañía en pie, porque su esposo, Humberto, le había enseñado cómo hacerlo y porque es su medio de subsistencia y el de nosotros… ella, aún ahora, cree que él puede regresar.
—Gracias, Carlos… me ha servido mucho.
—¿De veras limpiará el lugar? –preguntó ansioso.
—No lo sé, aún. Estoy pensando la forma, pero te aseguro que algo haré.
—¿Usted se dedica a.…?
—Soy escritor, pero me dedico, también, a los misterios invisibles que rodean a la humanidad. Y eso que está en esa casa es uno de ellos…
—Espero, de todo corazón, que logré hacer algo al respecto de esa casa. Tenga mucho cuidado… es algo tan irreal que el cerebro parece que va a estallar de un momento a otro. Es algo que uno ni siquiera ve venir.
Se despidieron con un fuerte apretón de manos.

***

Néstor Vladimir, en apenas veinticuatro horas había cambiado muchos conceptos acerca de la vida, el mundo y el tiempo.
La vida, ahora lo entendía, no es más que una proyección mental de las cosas y que se vive al mismo tiempo en distintos momentos en el tiempo. El tiempo, como lo decía Azucena, era una cuestión más mental que espacial. El mundo es algo que existe en la conciencia y se está viviendo muchas vidas en distintos momentos del que llamaríamos el mismo tiempo.
Eso quería decir que por mucho afán que se pusiera en la vida, siempre se volvía a vivir y vivir con el único fin de darle vida al planeta. Los mundos paralelos no era más que el mismo mundo, pero en distinto momento de la historia de la Tierra. Todas sus teorías tendrían que cambiar. Ahora mismo, mientras conducía de regreso hacia la casa de don Esteban, Néstor se sentía avergonzado y apenado por tanta teoría sin sentido.
—¡Qué chasco! –dijo al viento que le mecía los cabellos por la ventanilla abierta.
Regresó a la mansión de los Landa en el Hatillo y dejó el Jeep en el mismo lugar donde lo encontrara. Subió a su habitación y bajó con el diario de Azucena, apenas tenía un par de páginas más y nada aclaradoras acerca de sus regresos posteriores a la tierra del futuro, pero estaban las pinturas. También, tomó las llaves de aquella casita del rincón y fue hacia ella.
Don Esteban regresaría por la noche y la casa estaba casi vacía.
—El almuerzo será a las doce y media –le avisó la cocinera asomándose a la puerta de la sala cuando estaba a punto de salir.
Se detuvo a pensar. Quizás el almuerzo lo distrajera un poco de sus propósitos. Miró el reloj, eran casi las diez de la mañana.
—Ok –dijo y salió hacia el jardín.
En la casita se dedicó a ordenar los cuadros por fechas. Gracias a Dios, todos tenían el año debajo de la firma.
El cuadro más antiguo tenía la fecha 1957 y mostraba un pueblito en una hondonada. Parecía que la artista se había colocado en la falda de una colina para hacerlo. El segundo era de 1959 y representaba una cabaña de aspecto triste rodeada de robles y pinos. Del mismo año era el siguiente y representaba hileras e hileras de árboles de tallos blancos y puntos negros. De 1960 había uno de un pueblo, parecía hecho desde un cementerio porque allí, se veían, en primer plano las cruces y el muro, luego hacia abajo una plaza y la iglesia. En 1961 el cuadro aquel de una criatura de cuerpo de lobo blanco oculto detrás de un roble. Pero lo más curioso era que no era un lobo, sino una especie de animal desconocido y de cuerpo largo. Tres cuadros de 1962 presentaban la puerta y los ubicó de tal manera que primero aparecieran las que no tenían runas y luego, la que si las tenía. Eran, con mucha claridad las runas que utilizaban los magos de la wicca.
Néstor se dijo mentalmente que buscaría algo al respecto. Azucena en sus apuntes siempre hablaba de hechizos. Con toda claridad, por los libros, de los paquetes era una asidua practicante de aquellas teorías. Y el último cuadro era uno pequeño fechado en 1970.
Representaba a una Azucena cansada, quizás envejecida (apuntó mentalmente pedirle a don Esteban algunas imágenes de la muchacha durante todas sus vidas para comparar esas imágenes). Quizás el contacto con ese otro mundo invisible como ella le llamaba había modificado un poco su aspecto científico.
En ese autorretrato mostraba a una mujer envejecida, pero según lo dicho por Esteba, su hermana había muerto en 1971, a la edad de cuarenta y un años.
Por la cabeza de Néstor pasaban muchas ideas y tenía que decidirse pronto porque La Casona le estaba esperando. Y allí, fuera lo que fuera, lo esperaba a él.

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